Mayores cosas veréis (Juan 1,50). Esto fue, Señor, lo que dijiste un día a un muchacho llamado Natanael; son palabras pronunciadas hace veinte siglos, pero hoy quiero hacerlas mías. “Mayores cosas veréis”. ¿Me lo dices también a mí? ¿Estás hablando a mi desesperanza, a mi dolor?
Dilo fuerte para que crea. Dímelo al oído en mis momentos de desolación. “Mayores cosas veréis”. Pero, ¿qué cosas aún me quedan por ver? ¿Es que hay algo que me queda todavía por vivir? Confío en tu Palabra, me abrazo a tu poder. “Mayores cosas veréis”.
Díselo también a los ancianos, que creen que ya nada deben esperar. 90 años tenía Abraham cuando engendró a Isaac. Si a los 89 él hubiera pensado que ya todo estaba perdido, habría pecado contra la esperanza. Se puede, pues, empezar a vivir a los 90, a los 100 años aún es posible creer. ¿Isabel no era una anciana al concebir al Bautista? Si alguien le hubiera dicho: “Mayores cosas veréis”, ella simplemente se habría echado a llorar de pena; y, sin embargo, dio a luz un hijo.
“Mayores cosas veréis”. Di estas palabras a los viejos para que sigan esperando; a los jóvenes, para que vivan con ilusión; a los que hoy traman en silencio el suicidio, pensando en él como la solución a sus
problemas. A éstos, sobre todo, diles lo que le dijiste un día a Natanael para que arrojen el arma el suelo y empiecen a soñar la vida que, contigo, no puede ser infeliz.
¿Por qué todo ha de acabar mal? ¿Por qué no puede haber futuro, puesto que existes y todo lo puedes?
“Mayores cosas veréis”. Conoceremos tiempos mejores. Dinos a todos una y otra vez estas palabras cuando se nos corte el aliento y ya no queramos caminar; dínoslas mil veces para que creyendo esperemos y esperando salgamos del sepulcro y comencemos con nuevas fuerzas. Amén.
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