A los jóvenes que querrían escribir bien –o, mejor dicho, que querrían saber escribir-, les recomiendo leer a Julio Camba (1882-1962), en cuyos libros podrán encontrar, a la vez que un estilo cuidado y juguetón, agudezas intelectuales como las siguientes (porque no se trata únicamente de pensar en la forma, sino también en el fondo; no sólo en cómo decir las cosas, sino también en lo que va a decirse, cosa ésta que a menudo se olvida y, así, hay quienes, aunque dicen muy bien lo que dicen, en el fondo no dicen absolutamente nada): Sobre la emigración. “Yo estaba completamente desengañado. Creo que la
emigración es un bien; pero en esto, precisamente, consiste el mal.

Hay circunstancias en las que un hombre no tiene más recurso que ponerse al servicio de otro hombre si no quiere morirse: a ese hombre le conviene hacer de criado, pero, indudablemente, el estado de criado no constituye un estado envidiable. La emigración es un bien, y esto es lo malo. También es un bien salir del presidio, pero sería mucho mejor no haber entrado en él… En 1845 la patata irlandesa fue agostada por no sé qué enfermedad, y desde entonces al 1850 más de un millón de irlandeses huyeron a los Estados Unidos… Después desapareció la enfermedad de la patata, y la emigración irlandesa disminuyó en un 80 por 100…

Las razas aventureras lo son por falta de patatas, por falta de pan, por falta de libertad. Se echaba de sus casas a los judíos, a los polacos y a los armenios, y una vez que se les ha echado, al verlos correr el mundo, se dice que tienen un espíritu muy aventurero. Si en efecto lo tienen, que Dios se lo conserve, porque muy buena falta les hace”.

Sobre los gobiernos. “El estómago es el alma del escritor. Con un poco de acidez o de flatulencia, yo haría una literatura triste y perdería lectores. Al nombrarte mi cocinera, te nombro, en realidad, mi colaboradora. Hazme guisos sencillos, sabosos y sanos, y de este modo tendremos siempre el respeto de la crítica y la aceptación del público.

“Desde entonces, la Rosario pone sus cinco sentidos en la cocina. A veces, advierto la desaparación de algún plato, pero no es culpa de la Rosario.

“-Yo no lo rompí. Fue él. Lo tenía en la mano y se cayó. Se hizo pedazos contra el suelo…

“-Debe de ser un caso de suicidio –observo yo entonces-. El pobre plato estaría desesperado de la vida…
“Ahora, al volver a Galicia, la Rosario me contó todo lo que había ocurrido durante mi ausencia. Yo había estado más de un mes sin recibir cartas ni leer periódicos, y quería restablecer mi contacto con la vida urbana.

“-¿Se han suicidado muchos platos? ¿Han traído muchas cuentas?…

“La Rosario ha ido contestándome a todas estas preguntas y satisfaciendo
así mi curiosidad.
“-Y el Gobierno, ¿qué gobierno tenemos ahora? –añadí.

“-¿Gobierno? Yo creo que tenemos el mismo.

“-Imposible, Rosario. Hace más de un mes que salí de Madrid, y no es posible que un Gobierno dure tanto. Seguramente tenemos un Gobierno nuevo.

“La Rosario entonces reflexionó un poco, y dijo:

“-Quizás. La verdad, yo, que gobiernen unos o que gobiernen otros, no lo noto nunca…

“Y aquí me tiene el lector ignorando si estoy gobernado por Maura, por Sánchez de Toca o por Romanones. En casa no lo notamos. Las patatas cuestan lo mismo. El alquiler no baja. Los guisos salen igual”…

Sobre la así llamada “industria electoral”. “Las elecciones son nuestra única industria nacional, y si se hicieran dos veces al año, España –léase México, por favor- se depauperizaría. Hay pueblos en los que la cosecha representa unos diez mil duros anuales, la industria unos cinco mil y las elecciones ciento cincuenta mil. ¡Y aún hay quien echa pestes contra la ley del sufragio!

“-¿Para qué queremos el voto? –se preguntan algunas gentes.

“Y estas gentes no sólo carecen de sentido político, sino que carecen también de todo instinto comercial. Queremos el voto para venderlo. La ley que nos ha proporcionado el derecho a votar nos ha asegurado con él una renta vitalicia. Un voto puede valer cinco, diez, veinte, cien, hasta doscientos duros…

Es preciso acabar, pues, con esta leyenda de que un candidato no es importante más que como un diputado en potencia. Lo importante no es el diputado, sino el candidato. Lo importante no es el Parlamento, sino el período electoral. Un hombre que se deja en un distrito de cincuenta mil duros para arriba es, indudablemente, un hombre que favorece al distrito, y el pueblo, agradecido, debe votarle… A no ser que el canditado contrario se deje el doble”.

Intereses políticos. “Por mi parte, yo no ayudaré nunca a echar abajo a ningún Gobierno, como no me garanticen que luego no van a sustituirlo con otro… No veo en qué puede convenirle a un hombre soltero, que ejerce una profesión liberal, el que les gobierne el señor Dato o el señor Maura, el señor García Prieto o el señor Sánchez de Toca. Probablemente, les interesa mucho más a estos señores gobernarme a mí de lo que puede interesarme a mí el que me gobiernen ellos”.

Motivaciones electorales. “Todo el mundo afirma que los concejales roban; pero no porque se opine que son ladrones, sino porque se sabe que son concejales. La gente no concibe que se vaya al Ayuntamiento más que a robar…

Y cuando, en época electoral, un ciudadano vota a este candidato en vez de votar a aquel otro, no es porque lo juzgue más honrado, sino porque le inspira mayores simpatías y prefiere que sea él el que se beneficie”.

P. Juan Jesús Priego

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