Según el filósofo y poeta Friedrich Wilhelm Nietzsche: “El mundo puede dividirse en dos tipos de personas: las que siguen sus propios deseos y las que siguen el deseo de los demás”; sin embargo, hay que considerar que vivimos en una sociedad donde la presión puede ejercer bastante presión con respecto a cómo deberíamos actuar, o bien la manera en la que tenemos que opinar.
El tema no es reciente y ha sido motivo de diversos estudios, probablemente entre los más conocidos se encuentran, el experimento de Milgram y los de conformidad de Asch; el objetivo del primero fue medir la disposición de un participante para obedecer las órdenes de una autoridad aun cuando éstas pudieran entrar en conflicto con su conciencia personal y en cuanto a los segundos se demostró que sólo un pequeño porcentaje de los individuos desafiaba la opinión mayoritaria y se arriesgaba dando su verdadera opinión.
¿En cuántas ocasiones no hemos reprimido nuestro punto de vista por miedo a quedar relegados?, ¿de qué manera podemos revertir la tendencia, cada vez, más constante de mentir para convivir y no ser excluido?, es cierto que como seres humanos nuestro anhelo de pertenencia nos impulsa a realizar acciones de las que no estamos completamente convencidos o que no forman parte de nuestro esquema de creencias, valores y principios.
Aunque podríamos creer que las decisiones usualmente son personales, se debe reconocer que las opiniones ajenas pueden condicionar mucho nuestros procesos mentales a la hora de decidir; y aunque no hay una edad en la que dejemos de sentirnos presionados, es probable que la adolescencia sea uno de los momentos más complejos, ya que es justo durante esta etapa cuando nuestra identidad se define y cuando más presión sentimos.
Por otro lado, hay que reconocer que las fuentes de la presión social son muchas entre las más constantes encontramos: tener un trabajo estable con una buena remuneración económica, comprar una casa, adquirir un auto, encontrar pareja o formar una familia, entre otras.
Desafortunadamente, la presión social, de pares e incluso, ahora la provocada por las redes sociales se han convertido en situaciones que generan estrés y en ocasiones pueden derivar en problemas de autoestima, aislamiento social, trastornos de depresión o ansiedad, e incluso adicciones.
Hoy, y quizá con mucha más constancia, nos comparamos con nuestro grupo de iguales o con otros referentes, y de manera casi inevitable, sentimos una especie de sensación de fracaso, culpa o frustración; por otro lado, aunque nos duela reconocerlo si la expectativa de mejorar se convierte en una forma de auto imposición, puede derivar en una constante inconformidad en la que creemos que nada es suficiente para estar bien.
¿Se puede enfrentar la presión social? Aunque la respuesta pueda reducirse a un simple, sí; la realidad es mucho más compleja, sin embargo, lo que debemos tener en consideración es que siempre será mejor intentar ser honestos con nuestras convicciones y respetar nuestros valores.
Y ¿qué podríamos decir sobre la presión política y religiosa? Esto querido lector será motivo de siguientes reflexiones.
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*Los artículos de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.
El autor es analista en temas de Religión, Seguridad, Justicia, Política y Educación.
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