Recientemente se ha hecho mucho más común hablar sobre límites, pero ¿qué son? Y ¿De qué manera pueden ayudarnos? Como su nombre lo indica éstos son fronteras que no queremos que sean cruzadas, pero a la vez también son una guía para las personas a nuestro alrededor, es decir, con ellos establecemos ciertos lineamientos para indicar cómo tratarnos, de qué temas podemos hablar, y qué estamos dispuestos a aceptar en nuestra vida y qué no.

Aunque en principio pareciera sencillo, los límites emocionales no siempre son evidentes, y si no lo son para nosotros mucho menos para el prójimo; es por ello que, lo primero que hay que hacer es realizar una evaluación personal para identificarlos, para posteriormente aprender a comunicarlos, pero lo más importante es respetarlos.

¿Cuántas veces hemos asistido a eventos y lugares donde realmente no queremos estar?, ¿por qué en ocasiones terminamos cediendo ante la presión familiar o social?, ¿cuál es la razón por la que usualmente prestamos más atención al criterio ajeno antes que al propio?

La falta de límites se debe a diversas circunstancias, probablemente una de las más comunes es que, desde el ámbito cultural, la idea colectiva de ser una buena persona se traduce en estar dispuesto a entregar todo por los demás, es decir, anteponer las necesidades ajenas a nuestra salud física y mental, lo cual puede llevarnos a un desgaste grave y a una escaza gestión personal de las emociones.

Por otro lado, no se puede perder de vista que el miedo al rechazo juega un papel decisivo para minar nuestros límites, preferimos ceder ante situaciones que no nos son agradables antes de tener conversaciones incomodas o conflictos, pero, sobre todo, se nos ha inculcado que el no renunciar a nuestras convicciones puede llevar a la gente a tildarnos de egoístas.

El tema podría parecer contradictorio ya que los límites saludables no deben ser demasiado rígidos porque esto en lugar de permitirnos establecer vínculos sanos nos alejará de las personas y nos impedirá tener relaciones cercanas, pero tampoco podemos irnos al extremo y no tener ningún tipo de restricción lo que se traducirá en un constante miedo a la no aceptación y un exceso de culpa cuando intentamos establecer nuestras prioridades personales, lo que en muchas ocasiones podría desencadenar ansiedad.

Mencionar aquello que nos incomoda debe realizarse de forma empática, establecerse de manera clara y por supuesto respetuosa, los límites, deben traducirse en un diálogo empático y comprensivo con nosotros mismos y con aquellos que nos rodean y por supuesto también implica aceptar las delimitaciones de los demás y no transgredir sus límites.

No olvidemos que fijar límites facilita las relaciones, nos ayuda a conocernos, mejora nuestra autoestima y por supuesto ayuda a mejorar la resolución de conflictos, pero sobre todo nos permite ponernos a salvo de abusos y culpas.

*El articulista es analista en temas de Religión, Seguridad, Justicia, Política y Educación.

Simón Vargas Aguilar

Consultor en temas de seguridad, justicia, política, religión y educación.

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Simón Vargas Aguilar

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