Los primeros años de vida son fundamentales, de acuerdo con datos del Fondo de las Naciones Unidas para la Infanciaen esta etapa el cerebro de un bebé puede formar más de un millón de conexiones neuronales nuevas por segundo; un ritmo que nunca vuelve a alcanzar. Por otro lado, durante la niñez se modelan diversas actitudes e incluso se consolidan las bases de la personalidad, y en la adolescencia comienzan una serie de cambios e interrogantes y solemos tomar decisiones que indudablemente definirán gran parte de nuestra existencia.

Es cierto que la edad influye en muchas circunstancias, pero también tenemos que entender que lo que verdaderamente importa es la forma en la que pensamos y sentimos; incluso gracias al aumento de la esperanza de vida el mundo contará cada vez más con personas adultas mayores, y los retos aún son muchos con respecto al tema.

Recientemente leí un artículo que cuestionaba si nos encontrábamos frente a una nueva gerontocracia, y es que si analizamos con detenimiento la edad de diversos de los líderes mundiales, observamos que existe una nueva tendencia que nos hace replantearnos el envejecimiento.

El presidente de Estados Unidos Joe Biden cuenta con 81 años; Luiz Inácio Lula da Silva, está en 78; Xi Jinping tiene 71; a esta lista, podemos sumar al Papa Francisco, quien tiene 87 años, a Klaus Schwab, Presidente Ejecutivo del Foro Económico Mundial de Davos, quien cuenta con 86 años; Warren Buffett, continúa siendo muy influyente y activo con sus 94 años; uno de los sociólogos más promitentes Jürgen Habermas, tiene 95 años y a pesar de que se especuló su muerte el lingüista Noam Chomsky sigue presente con la misma edad de Habermas; sólo por mencionar a algunos.  

Ante este incremento en la presencia y participación de personas adultas mayores en diferentes áreas de la vida, las instituciones mundiales han comenzado a realizar estudios y análisis definiendo este nueva perspectiva como envejecimiento activo, es así que la Organización Mundial de la Salud lo define como: “el proceso en que se optimizan las oportunidades de salud, participación y seguridad a fin de mejorar la calidad de vida de las personas a medida que envejecen”.

Por supuesto que la edad importa y aunque la cultura edadista en muchas ocasiones valora más la juventud que la vejez, hay que reconocer que el conocimiento acumulado a través de años, además de la cultivación de virtudes como la paciencia, la comprensión, la perseverancia, la templanza o la gratitud entre otras muchas nos impulsan a reconocer nuestras áreas de oportunidad y trabajar en ellas.

El envejecimiento no debe ser visto como una carga, sino como un tiempo en el que, gracias a la mejora de la calidad de vida, podemos emprender nuevas actividades, reconectar con sueños u objetivos pendientes e incluso comenzar proyectos que creíamos olvidados, porque nunca es tarde para ser productivos y felices.

*El articulista es analista en temas de Religión, Seguridad, Justicia, Política y Educación.

Simón Vargas Aguilar

Consultor en temas de seguridad, justicia, política, religión y educación.

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