En un mundo cada vez mucho más rápido, marcado por la tecnología, las ambiciones y las incertidumbres globales, la antigua máxima latina “Carpe Diem” resuena con una vigencia sorprendente, acuñada por el poeta romano Horacio en sus Odas, esta frase, que se traduce como “aprovecha el día” o “vive el momento”, es una filosofía profunda que nos invita a reflexionar sobre el valor del tiempo.
Vivir el momento implica reconocer que el tiempo es nuestro recurso más escaso y valioso, cada segundo que pasa sin ser aprovechado es una oportunidad perdida para la alegría, el amor o el simple gozo de existir. La importancia de no dejar pasar el tiempo radica en su irreversibilidad. El filósofo Séneca, en sus “Cartas a Lucilio”, advertía: “No es que tengamos poco tiempo, es que perdemos mucho”.
Hoy, en una sociedad obsesionada con la productividad y el éxito inmediato, perdemos el tiempo en rutinas vacías: scrolling infinito en redes sociales, reuniones interminables o ansiedades por metas inalcanzables. ¿Cuántas personas llegan al final de sus vidas lamentando no haber pasado más tiempo con sus seres queridos, en lugar de en oficinas? Aprovechar el tiempo significa priorizar lo que realmente nutre el alma: una conversación profunda con un amigo, un atardecer contemplado sin distracciones, o el placer de una comida compartida; estos momentos efímeros son los que construyen una vida plena, no las proyecciones financieras o los planes de retiro, aunque también deben ser atendidas.
El epicureísmo, precursor ideológico del Carpe Diem, nos enseña que los placeres verdaderos son moderados y naturales: el deleite en la amistad, la contemplación de la naturaleza o el cultivo del cuerpo y la mente; incluso de acuerdo con estudios de psicología positiva, como los de Martin Seligman, enfocarse en el presente reduce la ansiedad y aumenta la resiliencia.
Por supuesto, no abogo por un abandono total de la planificación; la previsión es necesaria para la supervivencia, ahorrar para emergencias, educarse para oportunidades, etc; sin embargo, el error común es elevar el futuro a ídolo, sacrificando el ahora, ¿por qué hipotecar la felicidad presente por un mañana hipotético?
Esta filosofía tiene implicaciones transformadoras ya que fomenta la autenticidad: decir “te quiero” hoy, en lugar de asumir que habrá un mañana; vivir el presente no significa ignorar los problemas, sino actuar ahora con urgencia. Malgastar el tiempo en lamentaciones o postergaciones es un lujo que no podemos permitirnos; cada día es una invitación a la acción inmediata y al disfrute consciente.
Carpe Diem no es un llamado a la frivolidad, sino a la plenitud, no dejemos pasar el tiempo que se nos ha brindado; aprovechemos cada instante para saborear los placeres de la vida, dejando a un lado el futuro incierto.
Hoy los invito a hacer una pausa, respirar y actuar: llamar a un viejo amigo, caminar descalzo por la hierba, amar y proteger a nuestros seres queridos y a nuestro prójimo y comunicarnos con Dios como con nuestro padre. Vivamos, con la intensidad de quien sabe que cada momento es irrepetible, solo así transformaremos la efímera existencia en una sinfonía de alegría duradera.
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