El próximo 1° de octubre dará inicio la administración de la primer mujer en ocupar la Presidencia. Foto: Especial
La batalla entre el bien y el mal se encuentra en el corazón de la existencia misma; probablemente es una de las tensiones que nos generan dudas y cuestionamientos que hasta este momento son difíciles de responder.
Hoy el mal se manifiesta a través de formas que con el paso del tiempo tristemente se han vuelto mucho más comunes y cotidianos, como el egoísmo, la destructividad, la violencia, el crimen organizado, y un sin número de abusos y agresiones; ¿de qué manera enfrentar estos flagelos?, ¿cómo combatir a una sociedad cada vez más indiferente donde el amor al prójimo a quedado relegado?, ¿la oración y solicitar el apoyo directa de Dios podría ayudarnos?
El mal no es una fuerza abstracta, sino una elección libre del hombre; San Agustín lo resumió de una manera simple pero concisa: “El mal no es nada, sino la privación del bien”. Esta visión nos invita a no resignarnos al caos, sino a combatirlo activamente, y contrario a lo que se piensa el odio no se combate con agresión, sino a través de algo mucho más complejo: amando al enemigo y bendiciendo a quienes nos persiguen, rompiendo el ciclo de la venganza que alimenta la violencia.
¿Por qué desearle el bien a alguien que no lo hizo con nosotros? En su encíclica Pacem in Terris (1963), su Santidad San Juan XXIII aboga por una formación que cultive la dignidad humana desde la infancia; proponiendo escuelas católicas donde se enseña no solo matemáticas, sino empatía, respeto y responsabilidad.
El crimen, a menudo raíz en la desigualdad, encuentra antídoto en la Doctrina Social de la Iglesia. El Papa Francisco, en Fratelli Tutti (2020), denuncia la “cultura del descarte” que margina a los pobres, fomentando el robo y el narcotráfico.
Propone una economía solidaria: subsidios justos, trabajo digno y acceso a la salud.
Esta lucha no es solo individual; es eclesial y social. La oración, como arma espiritual, debe convertirse en un momento significativo y personal, en una oportunidad para establecer un diálogo honesto y poderoso con Dios; pero sobre todo en un instante en el que introspectivamente escuchemos el mensaje de Jesús y tratemos de acercarnos a sus verdaderas enseñanzas.
Recordemos que como bien lo diría el Papa Francisco: “Todos deseamos la paz; muchas personas la construyen cada día con pequeños gestos; muchos sufren y soportan pacientemente la fatiga de intentar edificarla. Y todos tenemos el deber, especialmente los que están al servicio de sus pueblos, de ser instrumentos y constructores de la paz, sobre todo con la oración.”
La Iglesia Católica no ofrece utopías, sino herramientas concretas: educación moral, justicia social, perdón y reconciliación. Si abrazamos estas enseñanzas, la violencia cederá ante el amor, el crimen ante la solidaridad, y los abusos ante el amor al prójimo. Como dice San Pablo: “No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien” (Rom 12:21). En un mundo herido, es probable que uno de los mejores caminos para comenzar a sanar sea el verdadero amor.
Dios siempre esta para acompañarnos sólo necesitamos pedírselo.
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