En el corazón de las comunidades están las fiestas patronales, un entramado simbólico de articulación de identidad, fe y resistencia. En ellas confluyen presente y memoria; lo religioso y comunitario; sagrado y cotidiano. Celebrarlas es ejercer pertenencia.

Su valor simbólico radica en la capacidad de convocar a todas y todos, sin distinción. A través de rituales, procesiones, danzas y comidas, las personas se reconocen en sus diferencias y se igualan en un mismo propósito: sostener lo que es suyo desde lo colectivo.

Son espacios que históricamente representan lo opuesto a la violencia, simbolizan cohesión social, fe compartida y la celebración de la vida en comunidad. Lo ocurrido durante la fiesta patronal de San Juan, en Irapuato, donde 11 personas murieron en un enfrentamiento armado, vulnera y conduce a una apelación por la paz.

La Diócesis de Irapuato llamó a lo esencial: “a quienes perturban la paz y siembran terror en nuestras calles que escuchen el llamado de Dios a la conversión, que depongan sus acciones destructivas y busquen la reconciliación y el amor al prójimo, como nos enseña Jesús, nuestro Salvador”.

En lo institucional hay colaboración. La Presidenta Claudia Sheinbaum lamentó los hechos y reiteró el trabajo conjunto con el gobierno de Libia García. La atención a la comunidad afectada es tan importante como el desarrollo de las investigaciones. La Secretaría de la Defensa, Fuerzas de Seguridad Pública del Estado, Guardia Nacional, así como Tránsito y Dirección de Policía Municipal diseñan una estrategia contra la violencia.

Desde lo comunitario, preservar el sentido de las fiestas patronales implica reconocer su función social y su profundidad espiritual. San Juan no es un santo complaciente, es el profeta que llama al cambio, anticipa al Mesías desde el desierto. La fiesta honra la tradición de quien acompañó a Jesús en el camino por el bien común.

Irapuato, como otras ciudades, necesita recuperar ese sentido. Las celebraciones religiosas pueden ser oportunidad para dialogar, sanar heridas y generar confianza entre vecinos.

En un contexto de violencia, la recuperación del calendario festivo es una forma de compromiso en la restauración simbólica del espacio, un proceso de participación horizontal que es en sí mismo práctica de paz.

El filósofo y sociólogo Henri Lefebvre decía: “La fiesta es el momento en que la vida cotidiana se transforma y se convierte en experiencia total. Suspende el orden de lo productivo y crea un tiempo diferente, el tiempo de la comunidad”.

Salvador Guerrero Chiprés

Coordinador del Centro de Comando, Control, Cómputo, Comunicaciones y Contacto Ciudadano de la Ciudad de México (C5 CDMX).

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