Hijo de una mujer afrodescendiente y de un noble español, Juan Martín vivió su niñez en la Lima del siglo XVI, en una etapa colonial donde la o el mestizo no eran tolerados. Desde el Perú tejió una propuesta silenciosa y radical: la santidad no consiste en acumular méritos, sino en vaciarse para servir.
Su vida fue encarnación del Evangelio vivido desde abajo. Curaba a enfermos, cuidaba animales, repartía alimentos, dormía poco y oraba mucho. Lo llamaban “el santo de la escoba” porque barría los rincones del convento y los del alma de una sociedad que había dejado a muchos tirados.
A más de cuatro siglos de su muerte, San Martín de Porres es un símbolo profundamente actual, expresa el principio de una política con rostro humano, aquella que organiza desde y para los pobres. Ese principio también inspira el reciente llamado del Vaticano a favor de un multilateralismo ético, comprometido, efectivo.
Durante su visita a México, Monseñor Paul Richard Gallagher, Secretario para las Relaciones con los Estados y las Organizaciones Internacionales de la Santa Sede, sostuvo que el servicio político y diplomático debe girar en torno a la justicia, dignidad humana y atención a quienes están al margen de las decisiones.
El multilateralismo —ese andamiaje de cooperación internacional diseñado para resolver problemas comunes— no puede sobrevivir si se convierte en burocracia sin alma. “Debe garantizar que ninguna nación, ningún pueblo ni ningún clamor de los pobres sea ignorado”, dijo, en nombre del Papa León XIV. La frase resume una urgencia global: las decisiones en política internacional no pueden pasar por alto situaciones como la hambruna en Gaza.
En el lenguaje del teólogo alemán Johann Baptist Metz se trata de “una mística de ojos abiertos”. La política no puede ser el arte de administrar privilegios, sino, como decía Aristóteles, el arte de hacer posible la vida buena en comunidad.
Priorizar a las y los pobres a partir de políticas sociales es expresión de la búsqueda de justicia, apuesta por reconocer las múltiples formas de exclusión y actuar sobre ellas desde un enfoque de derechos.
La coincidencia entre el llamado internacional del Vaticano y las políticas locales de justicia social muestra una dirección común: la dignidad es el eje que reconfigura las relaciones entre naciones, instituciones y personas. La figura de San Martín de Porres ilumina esa encrucijada.
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