Frente a la violencia, pocas instituciones cuentan con la legitimidad, memoria histórica y la capacidad de convocatoria de la Iglesia. Cuando el país busca alternativas reales para reconstruir la confianza, una evidencia se repite: donde Iglesia y autoridades trabajan juntas, las rutas hacia la paz dejan de ser abstractas y empiezan a volverse tangibles.

Desde sus primeros pasos en territorio americano, el clero ha sido depositario de vínculos comunitarios que ninguna otra institución ha logrado reproducir con semejante profundidad. Es una presencia que acompaña, escucha y sostiene; conoce los dolores acumulados en la vida diaria y detecta los puntos donde la desigualdad termina por convertirse en indignación o desesperanza.

Por ello, su colaboración con el gobierno es alianza histórica que ha demostrado su eficacia. La paz se construye desde abajo, y en esa tarea convergen con claridad la acción pastoral y la pública.

La CXIX Asamblea Plenaria de los Obispos de México marca con nitidez esa urgencia. Es un llamado directo a enfrentar la violencia y a los violentos, a no resignarse a la normalización del daño ni al deterioro de la cohesión social. La respuesta requiere atender las causas sociales —desigualdad, ruptura familiar, falta de oportunidades, ausencia de instituciones confiables— que han convertido a comunidades en terreno fértil para la criminalidad.

Su mensaje, inscrito en una tradición que combina firmeza moral y compromiso social, recuperó la mirada de la Virgen de Guadalupe como un símbolo de reconciliación capaz de unir fragmentos que parecían irreconciliables. Su imagen, que históricamente ha tendido puentes entre mundos distintos, sigue siendo referente espiritual y cultural.

Este espíritu también acompañó la llegada del nuevo Obispo de Texcoco, Carlos Enrique Samaniego López, quien en su toma de posesión definió con claridad su rumbo pastoral: la Iglesia no será espectadora. Su compromiso es fortalecer el proceso de paz desde la colaboración estrecha con los tres órdenes de gobierno. “Ser puente y sembrar reconciliación”, dijo Monseñor Francisco Javier Acero Pérez.

Esta disposición encuentra resonancia en los esfuerzos gubernamentales que han asumido que la seguridad debe tener un componente social tan fuerte como el operativo. En la Ciudad de México, la estrategia de Clara Brugada se acompaña de políticas que buscan cortar las raíces de la violencia mediante educación, empleo juvenil e instituciones presentes en las zonas donde la marginación suele transformarse en riesgo.

La paz no será fruto de un solo esfuerzo. La colaboración entre Iglesia y autoridades es una tradición que ha demostrado capacidad para sostener a las comunidades.

Salvador Guerrero Chiprés

Coordinador del Centro de Comando, Control, Cómputo, Comunicaciones y Contacto Ciudadano de la Ciudad de México (C5 CDMX).

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