Frente a la tentativa suicida hay un gran reto comunitario: identificarla, acompañar y brindar apoyo oportuno.

A la imagen estereotipada de quienes enfrentan problemas emocionales como la de personas agobiadas, tristes, con llanto persistente o evidentes muestras de desesperación, hay una realidad diametralmente opuesta.

Detrás de una sonrisa o de momentos de aparente felicidad puede esconderse una depresión profunda detonante del riesgo suicida. Al año, más de 720 mil personas se suicidan, según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud.

Reconocer el riesgo no es fácil, requiere mucha atención a detalles que podrían pasar desapercibidos, como mostrar una alegría exacerbada ante situaciones que cotidianamente no lo requerirían.

Hace 3 años, en Londres, una exposición fotográfica exhibía la sonrisa de decenas de personas días antes de tomar una decisión final. Los datos mundiales indican que cada 40 segundos se registra un suicidio en alguna parte, y aunque México no es considerado un país suicida —la tasa por cada 100 mil habitantes es de 5.6 en contraste, por ejemplo, con Estados Unidos donde es de 15— sí representa un tema a considerar en las políticas públicas de salud y en la participación comunitaria.

Recientemente el Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de México, Francisco Javier Acero, hizo un reconocimiento del cual todas y todos podemos tomarlo en cuenta: pidió perdón por las ocasiones que la Iglesia no supo escuchar a quienes enfrentaban pensamientos suicidas o los concretaron, así como a sus familias.

El primer paso es identificar los signos de depresión, ya sea los evidentes como la tristeza permanente, pérdida de interés en actividades cotidianas, alteraciones en el sueño o en los hábitos alimenticios, pensamientos de inutilidad o desesperanza, o aquellos rebelados en acciones aparentemente sin sentido: regalar objetos preciados, visitar a amistades o familiares con la intención de despedirse de ellos, cambios repentinos en el humor.

Ante esas señales es fundamental el acompañamiento y apoyo, escucharles sin juzgar, con empatía. Generar redes de apoyo fortalece el sentimiento de pertenencia.

Acercarles a líneas de emergencia como el 911, operado por el Centro de Comando, Control, Cómputo, Comunicaciones y Contacto Ciudadano (C5), o de contención emocional como el 55 5533 5533 del Consejo Ciudadano de la Ciudad de México contribuye a una atención oportuna y a salvar vidas.

El reto es grande, aunque una comunidad empática y resiliente siempre tendrá elementos para enfrentarlo.

Salvador Guerrero Chiprés

Coordinador del Centro de Comando, Control, Cómputo, Comunicaciones y Contacto Ciudadano de la Ciudad de México (C5 CDMX).

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