El dolor compartido nos recuerda nuestra condición más humana: la vulnerabilidad. La tragedia en el Puente de la Concordia ha dejado luto y despertado empatía. En medio de la pérdida, la comunidad vuelve a mostrar la fe en el abrazo con quienes sufren.
Diez muertos y más de noventa heridos. Los datos implican nombres, historias, rostros. El duelo también se mide en las familias afuera de los hospitales, las y los vecinos que se abrazan sin dar crédito a lo sucedido, en los sacerdotes que rezan por el consuelo.
La Iglesia Católica, a través de la Conferencia del Episcopado Mexicano, reaccionó con la claridad que demanda la emergencia: “Queremos hacer llegar nuestra palabra de consuelo y esperanza a quienes sufren por la pérdida irreparable de sus seres queridos”.
Monseñor Ramón Castro Castro, Obispo de Cuernavaca y presidente de la CEM, y el secretario general Héctor Pérez Villarreal, Obispo Auxiliar de México, dieron rostro pastoral a ese mensaje: “Consuelo en la tribulación y esperanza que no defrauda”.
Conmueven las historias encarnadas en nombres propios. Alicia, de 49 años, no dudó en cubrir con su cuerpo el de su nieta de apenas dos años. La niña sobrevivió gracias al gesto heroico de su abuela. El amor se hizo carne en el momento más brutal: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”, escribió san Juan (15,13).
Ana Daniela, estudiante de la FES Cuautitlán de la UNAM, no resistió las heridas y murió en el Hospital Rubén Leñero. Su celular quedó en el lugar de la explosión, como sus pertenencias. Un desconocido lo recogió y llamó a sus familiares. Así supieron dónde buscarla. San Pablo escribió a los Gálatas: “sobrellevar los unos las cargas de los otros”. Un extraño lo hizo con un gesto sencillo, pero decisivo.
La tragedia en La Concordia nos obliga a mirar el sentido comunitario de la empatía, la cooperación surgida cuando el individuo descubre que no puede salvarse solo. En “El Respeto: Sobre la Dignidad del Hombre en un Mundo de Desigualdad”, el teórico social estadounidense Richard Sennett señala que la dignidad se sostiene cuando la comunidad reconoce la vulnerabilidad de otras personas. De eso se trata la solidaridad en este contexto: lo que ocurrió no fue desgracia individual, sino un desgarro colectivo.
No basta con sentir tristeza por las y los heridos: la empatía exige transformar ese dolor en acción, en voluntariado, acompañamiento espiritual, reconstrucción.
Muestras de empatía desde las autoridades. No podemos estar alegres en un momento tan difícil para los familiares, para las víctimas de la tragedia, dijo la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Clara Brugada, durante el encendido del alumbrado patrio en el Zócalo.
La CEM agradeció a los cuerpos de emergencia, autoridades y ciudadanía solidaria por su respuesta inmediata. Reconocer ese esfuerzo conjunto es recordar que México todavía sabe movilizarse como comunidad.
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