Si antes presumíamos de como México no hay dos, ahora nos avergonzamos de tantos hechos violentos que suceden por todas partes de nuestro país, a pesar de que las altas autoridades federales presuman de que han bajado los índices de criminalidad. No se niegan los datos positivos de control de armas y de lucha contra las bandas criminales; pero los hechos nos rebasan.

Ya no quisiéramos ver noticias, porque la nota roja invade los espacios informativos. Nos sorprenden, nos entristecen y nos preocupan la crueldad y el encarnizamiento desbordado a que hemos llegado. Con frecuencia escuchamos: nunca antes habíamos visto esto; no habíamos llegado a tanto… En efecto, por ejemplo, que en nuestra ciudad de Toluca, donde vivo, hayan colgado un cadáver destrozado en un puente peatonal de una de las principales vialidades, no lo habíamos visto antes. Y así, se podrían citar miles de hechos inhumanos contra la misma población civil, inerme ante las armas poderosas de esos delincuentes. Son ellos quienes dominan territorios y, por ello, algunas poblaciones de Michoacán y Guerrero han decidido armarse para defenderse, pues el gobierno no los protege, como es su obligación constitucional.

Como institución eclesial, no estamos sólo quejándonos y culpando de esto a la estrategia gubernamental. Se han organizado diversos eventos para dialogar con la sociedad civil, para educar nuestras comunidades sobre la paz y la justicia; cuando podemos, hablamos con las mismas autoridades estatales y municipales, aunque algunas se reconocen rebasadas. Yo he hablado con uno de esos líderes criminales, exhortándolo a dejar ese camino, pero se justifica y ni caso hace. Pero, bueno, sembremos la semilla de la paz.

Discernir

El Episcopado Mexicano, en su Proyecto Global de Pastoral 2031+2033, dice al respecto en su opción por una Iglesia comprometida con la paz y las causas sociales:

“El corazón del Reino de Dios es el “shalom”, la paz. Esta palabra bíblica tan rica y expresiva, comprende mucho más que la ausencia de guerra y de violencia; en ella se alcanza todo el bienestar y concordia que Dios proporciona a sus hijos para una sana armonía con Él, con los demás hermanos, consigo mismo y con la naturaleza. Para nosotros los creyentes la paz es una Persona, es el Don de amor de Dios por excelencia, es Jesucristo mismo (cfr. Ef 2,14) que, en su misterio de Redención, ha venido a restaurar nuestra imagen de hijos de Dios en Él y a reconciliar consigo todos los pueblos. Así, cuando hablamos de una tarea y compromiso de la Iglesia por la paz, no sólo pensamos en los actos de violencia contra la vida humana y todas las injusticias que la provocan, sino que queremos poner en el centro de nuestra vida a Jesús y su Reino de Vida para que crezca y se establezca, pues la paz es una tarea y un compromiso para todas las personas, que ha de ser acogida en la vida de cada día” (174).

“La necesidad inaplazable por construir una paz firme y duradera en nuestro país, reclama que la Iglesia pueda sentarse a la mesa con muchos otros invitados: organizaciones ciudadanas, confesiones religiosas, autoridades civiles, entidades educativas, sectores políticos y medios de comunicación, entre otros, para que juntos, y aportando lo que le es propio a cada uno, podamos reconstruir el tejido social de nuestro país. Creemos que es urgente trabajar por la paz de nuestros pueblos y llegar a compromisos concretos. Como sociedad mexicana es necesario combatir todas aquellas situaciones de corrupción, impunidad e ilegalidad que generan violencia y restablecer las condiciones de justicia, igualdad y solidaridad que construyen la paz” (175).

“Todo el Pueblo de Dios en su conjunto, estamos llamados, por el bautismo, a trabajar por la reconstrucción de la paz, a ejercer nuestro sentido profético ante esta situación, no sólo al anunciar con el testimonio el proyecto de Dios, sino denunciando con valor las injusticias y atropellos que se cometen, dejando de lado temores y egoísmos, muchas veces aún a costa de la propia vida, como ha sucedido con periodistas, defensores de los derechos humanos, líderes sociales, laicos y sacerdotes” (176).

Actuar

En el mismo Proyecto Pastoral de la CEM se proponen estos compromisos, que todos podemos asumir:

  1. Incorporar la Doctrina Social de la Iglesia como un eje transversal en la formación de los agentes de pastoral, en las catequesis ordinarias y pre-sacramentales de todos los fieles cristianos.
  2. Impulsar y reconstruir el sentido comunitario de nuestras comunidades, para que toda persona se involucre y participe en las causas sociales de la sociedad.
  3. Dialogar y colaborar con la sociedad civil y con los organismos nacionales e internacionales para construir la paz.
  4. Apoyar y acompañar las causas indígenas en el cuidado y protección de sus riquezas naturales, de su territorio y su cultura.
  5. Apoyar la fundación de centros de Derechos Humanos en las comunidades cristianas, de manera que se fortalezca el Estado de derecho en nuestro país.
  6. Recibir con caridad, acompañar, defender los derechos e integrar a los hermanos y hermanas migrantes que transiten o deseen permanecer con nosotros.
  7. Fomentar el sentido de responsabilidad civil de los ciudadanos.

*Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.

Card. Felipe Arizmendi Esquivel

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