MIRAR

Tanto en el pasado como en el presente, a quien habla sobre la opción preferencial por los pobres, algunos le tacha de comunista, marxista, de izquierda, como si esa opción no fuera esencial al cristianismo. Durante algún tiempo, a teólogos que promovían la teología de la liberación, se les intentó condenar, como si fueran herejes y traicionaran el mensaje de Jesús. La Iglesia latinoamericana asumió esta opción desde la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Medellín (1968), y se ratificó en Puebla (1979), en Santo Domingo (1992) y en Aparecida (2007).

Al Papa Francisco, que desde el inicio de su pontificado nos ha insistido varias veces sobre esta dimensión esencial de nuestra fe, no falta quien lo ataque fieramente por ello. Cuando fue a Estados Unidos (19-28 septiembre 2015), la revista Time publicó su foto en primera plana, pero con este interrogante: ¿Francisco es católico? Y todo porque el Papa, al igual que hicieron Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, ha expresado que no somos fieles a Jesús si no asumimos su presencia en los marginados, como El mismo lo declaró en Mateo 25,31-46.

DISCERNIR

La reciente primera asamblea del Sínodo de los Obispos se pronunció al respecto. Es una postura asumida en forma convergente por los representantes de la Iglesia presentes allí desde todo el mundo. Resalto sólo lo más importante que se dice en el Documento de Síntesis:

  • Los pobres, protagonistas del camino de la Iglesia

Convergencias

Los pobres piden amor a la Iglesia. Amor significa respeto, acogida y reconocimiento, sin los cuales dar comida, dinero o servicios sociales es ciertamente una forma importante de asistencia, pero que no tiene plenamente en cuenta la dignidad de la persona. El respeto y el reconocimiento son instrumentos poderosos para activar las capacidades personales, de modo que cada persona sea sujeto de su propio camino de crecimiento y no objeto de la acción asistencial de otros.

La opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica: Jesús, pobre y humilde, se hizo amigo de los pobres, caminó con los pobres, compartió la mesa con los pobres y denunció las causas de la pobreza. Para la Iglesia, la opción por los pobres y descartados es una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica. Según san Juan Pablo II, Dios les concede primero su misericordia. Esta preferencia divina tiene consecuencias en la vida de todos los cristianos, llamados a alimentar “los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Flp 2, 5).

No hay un solo tipo de pobreza. Entre los muchos rostros de los pobres están los que no tienen lo necesario para llevar una vida digna. También están los de los migrantes y refugiados; los pueblos indígenas, originarios y afrodescendientes; los que sufren violencia y abusos, en particular las mujeres; las personas con adicciones; las minorías a las que se niega sistemáticamente la voz; los ancianos abandonados; las víctimas del racismo, la explotación y el tráfico, en particular los menores; los trabajadores explotados; los excluidos económicamente y otros que viven en las periferias. Los más vulnerables entre los vulnerables, por los que es necesaria una defensa constante, son los niños en el vientre materno y sus madres. La Asamblea es consciente del clamor de los “nuevos pobres“, producido por las guerras y el terrorismo que asolan muchos países de varios continentes, y condena los sistemas políticos y económicos corruptos que los provocan.

Junto a las múltiples formas de pobreza material, nuestro mundo conoce también las de pobreza espiritual, entendida como falta de sentido de la vida. La preocupación excesiva por uno mismo puede llevar a ver a los demás como una amenaza y a encerrarse en el individualismo.

Estar al lado de los pobres es comprometerse con ellos también en el cuidado de nuestra casa común: el grito de la tierra y el grito de los pobres son el mismo grito.

El compromiso de la Iglesia debe llegar a las causas de la pobreza y la exclusión. Esto incluye actuar para proteger los derechos de los pobres y excluidos, y puede requerir la denuncia pública de las injusticias, ya sean perpetradas por individuos, gobiernos, empresas o estructuras sociales. Escuchar sus reivindicaciones y puntos de vista para darles voz, utilizando sus palabras, es crucial.

Los cristianos tienen el deber de comprometerse a participar activamente en la construcción del bien común y en la defensa de la dignidad de la vida, inspirándose en la doctrina social de la Iglesia y actuando de diversas formas (compromiso en organizaciones de la sociedad civil, sindicatos, movimientos populares, asociaciones de base, política, etc.). La Iglesia expresa su profunda gratitud por su acción. Las comunidades apoyan a quienes trabajan en estos campos con auténtico espíritu de caridad y servicio. Su acción se inscribe en la misión de la Iglesia de anunciar el Evangelio y colaborar en la llegada del Reino de Dios.

En los pobres, la comunidad cristiana encuentra el rostro y la carne de Cristo, que de rico se hizo pobre por nosotros, para que nosotros nos enriqueciéramos con su pobreza (cf. 2 Co 8,9). Está llamada no sólo a acercarse a ellos, sino a aprender de ellos. Si hacer sínodo significa caminar junto a Aquel que es el camino, una Iglesia sinodal necesita poner a los pobres en el centro de todos los aspectos de su vida: a través de sus sufrimientos tienen un conocimiento directo de Cristo sufriente. La semejanza de su vida con la del Señor hace de los pobres heraldos de una salvación recibida como don y testigos de la alegría del Evangelio.

Cuestiones que deben abordarse

En algunas partes del mundo, la Iglesia es pobre, con los pobres y para los pobres. Existe un riesgo constante, que hay que evitar cuidadosamente, de considerar a los pobres en términos de “ellos” y “nosotros”, como “objetos” de la caridad de la Iglesia. Poner a los pobres en el centro y aprender de ellos es algo que la Iglesia debe hacer cada vez más.

La denuncia profética de las situaciones de injusticia y la presión contra los responsables políticos, que exige recurrir a formas de diplomacia, deben mantenerse en tensión dinámica para no perder lucidez y fecundidad.

La acción en los campos de la educación, la sanidad y la asistencia social, sin discriminación ni exclusión de nadie, es un signo claro de una Iglesia que promueve la integración y la participación de los últimos en sí misma y en la sociedad. Se invita a evitar un estilo impersonal de vivir la caridad. También se les insta a trabajar en red y a coordinarse.

La Iglesia debe ser honesta al examinar cómo respeta las exigencias de la justicia hacia quienes trabajan en instituciones afines, para dar testimonio de su coherencia con la integridad.

En una Iglesia sinodal, el sentido de la solidaridad se manifiesta también en el intercambio de dones y la puesta en común de recursos entre Iglesias locales de distintas regiones. Del mismo modo, debemos trabajar para que la ayuda económica no degenere en asistencialismo, sino que promueva una auténtica solidaridad evangélica y se gestione de manera transparente y fiable.

Propuestas

La doctrina social de la Iglesia es un recurso demasiado poco conocido como para volver a invertir en ella. Las Iglesias locales deben comprometerse no sólo a dar a conocer mejor su contenido, sino a favorecer su apropiación mediante prácticas que pongan en práctica su inspiración.

Que la experiencia de encuentro, de compartir la vida y de servir a los pobres y marginados se convierta en parte integrante de todos los itinerarios de formación ofrecidos por las comunidades cristianas: es una exigencia de la fe, no una opción. Esto es particularmente cierto para los candidatos al ministerio ordenado y a la vida consagrada. Como parte del replanteamiento del ministerio diaconal, debería promoverse una mayor orientación hacia el servicio a los pobres.

ACTUAR

¿Cual es tu actitud ante los pobres? Ojalá nos parezcamos a Jesús; que procuremos asumir la causa de los pobres y luchar por su vida digna.

*Los artículos de la sección de opinión son responsabilidad de sus autores.

Card. Felipe Arizmendi Esquivel

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