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Aunque autoridades federales afirmen cada rato que el país va bien y que el pueblo está contento, y lo mismo propaga la candidata de su partido a la presidencia de la República, nosotros tenemos otros datos.

En días pasados, estuve con varios sacerdotes que dan su servicio en comunidades donde los grupos criminales se pelean por dominar territorios, para extorsionar y cobrar “derecho de piso” a todo mundo. No es tanto el tráfico de droga, sino la extorsión. Los párrocos platican que hay poblaciones que se están quedando con muy poca gente, pues la mayoría huye hacia ciudades o lugares menos conflictivos. ¿Qué hacen los sacerdotes? No huir ni dejar al pueblo solo, sino acompañarles en su situación dramática. A veces, hospedan en la casa parroquial a algunas personas. Ayudan a la gente cuanto pueden.

Esos grupos armados no permiten que el párroco llegue a la casa y al templo parroquial, porque bloquean los caminos para todos, incluso para la autoridad civil local. Allí siguen los sacerdotes, cerca del pueblo que sufre. Son buenos pastores, que no abandonan a su pueblo, aunque ellos también padezcan amenazas y muchas limitaciones económicas incluso para subsistir. Las autoridades no han sido capaces de desarticular esos grupos criminales, que son dueños de territorios y de vidas. Hace poco, gobernadoras y gobernadores de Morelos, Guerrero, Michoacán y Estado de México se reunieron para abordar conjuntamente el problema; ojalá hagan cuanto más puedan por la paz de nuestros pueblos. Mientras tanto, los sacerdotes permanecen en su misión.

Algunos obispos buscan dialogar con líderes de esos grupos, no para hacer pactos bajo la mesa, sino para exhortarles a cambiar de vida, a respetar a las personas y sus bienes. Yo mismo lo he hecho. Nos exponemos, porque esas gentes pueden reaccionar no en forma racional, sobre todo cuando están drogados, pero no podemos quedarnos sólo en lamentos y dejar todo al gobierno. Cada quien hacemos cuanto más podemos por nuestros pueblos.

El episcopado mexicano ha promovido no sólo oraciones, sino distintas formas de implicar a la sociedad en la construcción de la paz. La oración tiene una fuerza increíble y en ella ponemos nuestra confianza, pero a Dios rogando y con el mazo dando. Se habla con las autoridades para insistirles en que hagan más por la paz social. Por otra parte, tratamos de educar para la fraternidad, empezando por la familia y la escuela.

Discernir

El Papa Francisco, en su exhortación Fratelli tutti, nos dice: “En muchos lugares del mundo hacen falta caminos de paz que lleven a cicatrizar las heridas, se necesitan artesanos de paz dispuestos a generar procesos de sanación y de reencuentro con ingenio y audacia” (225).

“Cada violencia cometida contra un ser humano es una herida en la carne de la humanidad; cada muerte violenta nos disminuye como personas. La violencia engendra violencia, el odio engendra más odio, y la muerte más muerte. Tenemos que romper esa cadena que se presenta como ineludible” (227).

“Muchas veces es muy necesario negociar y así desarrollar cauces concretos para la paz. Pero los procesos efectivos de una paz duradera son ante todo transformaciones artesanales obradas por los pueblos, donde cada ser humano puede ser un fermento eficaz con su estilo de vida cotidiana. Las grandes transformaciones no son fabricadas en escritorios o despachos. Entonces, cada uno juega un papel fundamental en un único proyecto creador, para escribir una nueva página de la historia, una página llena de esperanza, llena de paz, llena de reconciliación. Hay una “arquitectura” de la paz, donde intervienen las diversas instituciones de la sociedad, cada una desde su competencia, pero hay también una “artesanía” de la paz que nos involucra a todos” (231).

Actuar

¿Qué podemos hacer por la justicia y la paz en nuestros pueblos? Ante todo, tener confianza en el poder de la oración. Pedir a Dios la conversión de esos grupos, que ilumine a nuestras autoridades para que encuentren soluciones pertinentes, y seguirnos educando para construir con pequeños hechos la paz en la familia y en nuestra propia comunidad.

Card. Felipe Arizmendi Esquivel

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Card. Felipe Arizmendi Esquivel

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