Granito de mostaza

¡Oh Dios!, ¿Por qué no nos escuchas?

HECHOS
Hemos hecho mucha oración para que se acaben las guerras, no sólo entre Rusia y Ucrania, entre Israel y Palestina, sino en tantos otros lugares lejanos y cercanos, pero los conflictos no terminan. Pedimos a Dios que ilumine a nuestras autoridades para que organicen la política y la economía al servicio de la comunidad, y no tanto para sus intereses, y parece que no salimos de la corrupción, de la demagogia y de la manipulación de las informaciones y de los pobres. Pedimos a Dios que los delincuentes comunes y los organizados cambien de vida, para que vivamos en paz social, pero no se detienen en sus crímenes y extorsiones, a pesar de los buenos esfuerzos que hacen algunas autoridades.

Pedimos a Dios que no haya más desequilibrios en la ecología, y los desastres se incrementan, muchas veces por la irresponsabilidad humana. ¿Es que Dios no nos oye?

Cuando nos llega una enfermedad, o cuando enferma alguien muy cercano, y le pedimos a Dios que nos conceda la salud, no siempre sanamos, sino que incluso puede llegar la muerte. Cuando una esposa, un esposo o unos hijos y parientes le piden insistentemente a Dios que haya armonía familiar, a veces sucede lo contrario: separaciones, violencias y divorcios. Unos papás hacen mucha oración para que los hijos vayan por buen camino, y éstos hacen lo contrario. Se le pide a Dios, a la Virgen y a los Santos que haya un trabajo justo y adecuado, y no se encuentra. ¿Es que Dios no nos oye?

Hacemos mucha oración para que haya más vocaciones sacerdotales, religiosas y misioneras, pero disminuyen, en vez de aumentar. Se ofrecen Misas y Rosarios por algunas intenciones, y todo parece inútil, pues las cosas no cambian. Le pedimos a Dios que nos aumente la fe, y ésta se tambalea. Hay quienes, al no ver cumplidas sus peticiones que hacen en peregrinaciones, novenas, ayunos y otros actos religiosos, se desaniman y pueden perder su fe. Algunos hacen promesas y juramentos para no consumir drogas y bebidas embriagantes, pero luego vuelven a lo mismo. ¿Es que Dios no nos oye?

ILUMINACION
El Papa León XIV, en su homilía del domingo pasado, con ocasión del Jubileo de los Misioneros y de los Migrantes, dijo:
“El Espíritu nos manda continuar la obra de Cristo en las periferias del mundo, marcadas a veces por la guerra, la injusticia y por el sufrimiento. Ante estos escenarios oscuros, brota de nuevo el grito que tantas veces en la historia se ha elevado a Dios: Señor, ¿por qué no intervienes?, ¿por qué pareces ausente? Este grito de dolor es una forma de oración que permea toda la Escritura y lo hemos escuchado del profeta Habacuc: «¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio, sin que tú escuches? ¿Por qué me haces ver la iniquidad y te quedas mirando la opresión?» (Ha 1,2-3).

El Papa Benedicto XVI, que recogió estos interrogantes durante su histórica visita a Auschwitz, retomó el tema en una catequesis, afirmando: «Dios calla, y este silencio lacera el ánimo del orante, que llama incesantemente, pero sin encontrar respuesta. Dios parece tan distante, olvidadizo, tan ausente».

La respuesta del Señor, sin embargo, nos abre a la esperanza. Si el profeta denuncia la fuerza ineluctable del mal que parece prevalecer, el Señor por su parte le anuncia que todo esto tiene un momento fijado, un término, porque la salvación vendrá y no tardará: «El malvado sucumbirá sin remedio; el justo, en cambio, vivirá por su fe» (Ha 2,4).

Hay una vida, por tanto, una nueva posibilidad de vida y de salvación que proviene de la fe, porque la fe no sólo nos ayuda a resistir al mal perseverando en el bien, sino que trasforma nuestra existencia hasta hacerla un instrumento de la salvación que Dios sigue queriendo realizar en el mundo. Y, como nos dice Jesús en el Evangelio, se trata de una fuerza pacífica, la fe no se impone con los medios del poder y en modos extraordinarios; es suficiente un grano de mostaza para logar cosas impensables (cf. Lc 17,6), porque lleva en sí la fuerza del amor de Dios que abre caminos de salvación.

Es una salvación que se realiza cuando nos comprometemos en primera persona y nos hacemos cargo, con la compasión del Evangelio, del sufrimiento del prójimo; es una salvación que se hace camino, de forma silenciosa y aparentemente ineficaz, en los gestos y en las palabras cotidianas, que son como la pequeña semilla de la que habla Jesús; es una salvación que lentamente crece cuando nos hacemos “siervos inútiles”, es decir, cuando nos ponemos al servicio del Evangelio y de los hermanos no para buscar nuestros intereses, sino sólo para llevar al mundo el amor del Señor.

La cuestión es anunciar a Cristo a través de la acogida, la compasión y la solidaridad. Permanecer sin refugiarnos en la comodidad de nuestro individualismo, mirar a la cara a aquellos que llegan desde tierras lejanas y sufrientes, abrirles los brazos y el corazón, acogerles como hermanos, ser para ellos una presencia de consolación y esperanza” (05-X-2025).

ACCIONES
Como hacían los apóstoles, pidamos al Señor que nos aumente la fe, que es esa seguridad de que Dios no nos abandona, que no se desentiende de nuestra suerte; pero aprendamos el ejemplo de Jesús, que pide con insistencia a su Padre que lo libre de la dolorosa pasión que se le avecina, pero todo lo deja en la voluntad amorosa y providente del Padre. El sabe lo que más nos conviene y actúa en el momento indicado. Y que nosotros nos convirtamos en esperanza para mucha gente que sufre, para que seamos el canal por el que se desborda el amor misericordioso de Dios Padre. Por medio de nosotros, El sigue amando y haciendo el bien. Somos esperanza para los demás, como lo es Jesús.

Card. Felipe Arizmendi Esquivel

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Card. Felipe Arizmendi Esquivel

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