HECHOS
En días pasados, se ha vuelto a insistir en que las leyes de nuestra patria reconozcan el derecho a lo que llaman una muerte digna; es decir, a que una persona con una enfermedad considerada terminal, o que ya no quiera vivir por cualquier motivo, firme su voluntad anticipada para que se le retiren todos los tratamientos y se le deje morir, o que se le aplique un medicamento para terminar su vida.

Califican esto como un acto de amor a quien ya no quiera vivir, porque está sufriendo mucho en su enfermedad, o porque no se ve remedio de curación adecuada. Le llaman a esta iniciativa legal trascender; lo cual significa ir más allá, aunque no sé cuál sea ese más allá para ellos. A quienes nos oponemos a esta práctica, nos califican de inhumanos, como si fuéramos incapaces de comprender el dolor de quien ya se cansó de sufrir. Técnicamente se le llama eutanasia, aunque no quieren llamarle así por el rechazo social que su iniciativa pudiera tener, pero en la práctica es como un suicidio.

Comentando estos temas, una enfermera me dijo: “Es cierto el mandamiento ‘No matarás’; pero los pacientes con cáncer gritan por el dolor que les da. Eso también es triste. O los pacientes con muerte cerebral entubados por meses, ya con llagas en todo su cuerpecito… ¿A ti te gustaría estar así? Yo lo veo a diario y es triste. Muchas cosas por analizar… Las donaciones de órganos salvarían muchas vidas, si la gente los donara; de todos modos, ya muertos, ¿para qué nos sirven?”. Esto es muy real y no podemos ser insensibles ante este dolor, pero la fe cristiana nos da otra dimensión.

ILUMINACIÓN
Para los no creyentes, la eutanasia sería una solución; pero para nosotros, seguidores de Jesús, su ejemplo es nuestro camino. Cuando él estaba sufriendo mucho en la cruz, casi en agonía, le ofrecieron una como droga para calmar sus dolores, pero apenas la probó y se dio cuenta de lo que era, la rechazó (cf Mc 15,23). Unidos a los sufrimientos de Jesús y ofreciendo con El nuestros dolores, éstos tienen un sentido redentor para nosotros mismos, para nuestra gente y para toda la humanidad. Con Cristo, el dolor tiene una dimensión trascendente y redentora (Cf Col 1,24). Esto, sin embargo, es incomprensible para los no creyentes.

El Catecismo de la Iglesia Católica dice al respecto:
“Aquellos cuya vida se encuentra disminuida o debilitada tienen derecho a un respeto especial. Las personas enfermas o disminuidas deben ser atendidas para que lleven una vida tan normal como sea possible (2276). Cualesquiera que sean los motivos y los medios, la eutanasia directa consiste en poner fin a la vida de personas disminuidas, enfermas o moribundas. Es moralmente inaceptable. Por tanto, una acción o una omisión que, de suyo o en la intención, provoca la muerte para suprimir el dolor, constituye un homicidio gravemente contrario a la dignidad de la persona humana y al respeto del Dios vivo, su Creador.

El error de juicio en el que se puede haber caído de buena fe no cambia la naturaleza de este acto homicida, que se ha de rechazar y excluir siempre (2277).

La interrupción de tratamientos médicos onerosos, peligrosos, extraordinarios o desproporcionados a los resultados puede ser legítima. Interrumpir estos tratamientos es rechazar el “ encarnizamiento terapéutico”. Con esto no se pretende provocar la muerte; se acepta no poder impedirla. Las decisiones deben ser tomadas por el paciente, si para ello tiene competencia y capacidad o si no por los que tienen los derechos legales, respetando siempre la voluntad razonable y los intereses legítimos del paciente (2278).

Aunque la muerte se considere inminente, los cuidados ordinarios debidos a una persona enferma no pueden ser legítimamente interrumpidos. El uso de analgésicos para aliviar los sufrimientos del moribundo, incluso con riesgo de abreviar sus días, puede ser moralmente conforme a la dignidad humana si la muerte no es pretendida, ni como fin ni como medio, sino solamente prevista y tolerada como inevitable. Los cuidados paliativos constituyen una forma privilegiada de la caridad desinteresada. Por esta razón deben ser alentados” (2279).

El Dicasterio para la Doctrina de la Fe, en su Declaración Dignitas infinita sobre la dignidad humana, del 2 de abril de 2024, dice:

“Hay un caso particular de violación de la dignidad humana, más silencioso pero que está ganando mucho terreno. Tiene la peculiaridad de utilizar un concepto erróneo de la dignidad humana para volverla contra la vida misma. Esta confusión, muy común hoy en día, sale a la luz cuando se habla de eutanasia. Por ejemplo, las leyes que reconocen la posibilidad de la eutanasia o el suicidio asistido se denominan a veces “leyes de muerte digna” (“death with dignity acts”). Está muy extendida la idea de que la eutanasia o el suicidio asistido son compatibles con el respeto a la dignidad de la persona humana.

Frente a este hecho, hay que reafirmar con fuerza que el sufrimiento no hace perder al enfermo esa dignidad que le es intrínseca e inalienablemente propia, sino que puede convertirse en una oportunidad para reforzar los lazos de pertenencia mutua y tomar mayor conciencia de lo preciosa que es cada persona para el conjunto de la humanidad (51).

Ciertamente, la dignidad del enfermo, en condiciones críticas o terminales, exige que todos realicen los esfuerzos adecuados y necesarios para aliviar su sufrimiento mediante unos cuidados paliativos apropiados y evitando cualquier encarnizamiento terapéutico o intervención desproporcionada. Estos cuidados responden al «constante deber de comprender las necesidades del enfermo: necesidad de asistencia, de alivio del dolor, necesidades emotivas, afectivas y espirituales». Pero tal esfuerzo es totalmente distinto, diferente, incluso contrario a la decisión de eliminar la propia vida o la de los demás bajo el peso del sufrimiento.

La vida humana, incluso en su condición dolorosa, es portadora de una dignidad que debe respetarse siempre, que no puede perderse y cuyo respeto permanece incondicional. En efecto, no hay condiciones en ausencia de las cuales la vida humana deje de ser digna y pueda, por tanto, suprimirse: «la vida tiene la misma dignidad y el mismo valor para todos y cada uno: el respeto de la vida del otro es el mismo que se debe a la propia existencia». Ayudar al suicida a quitarse la vida es, por tanto, una ofensa objetiva contra la dignidad de la persona que lo pide, aunque con ello se cumpliese su deseo: «debemos acompañar a la muerte, pero no provocar la muerte o ayudar cualquier forma de suicidio. Recuerdo que se debe privilegiar siempre el derecho al cuidado y al cuidado para todos, para que los más débiles, en particular los ancianos y los enfermos, nunca sean descartados.

La vida es un derecho, no la muerte, que debe ser acogida, no suministrada. Y este principio ético concierne a todos, no solo a los cristianos o a los creyentes». Como ya se ha dicho, la dignidad de cada persona, por débil o sufriente que sea, implica a la dignidad de todos” (52).

ACCIONES
Acompañemos con cariño y responsabilidad a los enfermos sin posible curación y que a veces se desesperan; que no les falten los remedios paliativos y ayudémosles a encontrarle sentido a su dolor, uniendo sus sufrimientos a la cruz de Cristo, para la redención del mundo.

Card. Felipe Arizmendi Esquivel

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Card. Felipe Arizmendi Esquivel

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