Mirar

No han faltado quienes descalifican los esfuerzos de los obispos y sacerdotes de Guerrero por ayudar a encontrar la paz en las poblaciones que viven asoladas por el crimen organizado. No se ha podido erradicar esa plaga, entre otras causas, porque los gobiernos inferiores hacen sólo lo que desde arriba les permiten. Ojalá los nuevos gobernantes que elijamos cambien su estrategia. En esta situación, no podemos quedarnos sólo en críticas al gobierno y en lamentos, sino que todos debemos hacer cuanto más podamos por recuperar la paz familiar y social. Eso es lo que se ha tratado de hacer tanto en Guerrero como en otros lugares. Otros obispos hacen lo mismo, aunque sin publicidad. No siempre se logra todo el éxito anhelado, porque esos grupos tienen sus intereses económicos, y el dinero los tiene esclavizados, pero nosotros aportamos lo que más podemos, a pesar de los peligros a que uno se expone, pues vamos hacia ellos sin escoltas y sin armas, sólo con la fe en Dios y la esperanza de la paz.

Si se logran algunas treguas entre ellos, sin mediación del gobierno, para no seguirse matando, para que se respeten entre ellos mismos sus negocios y territorios, y dejen en paz a los pueblos, no es lo ideal, pero no es despreciable ese paso. Lo ideal es que dejen las armas y no sigan extorsionando, y en eso debe empeñarse más el gobierno, pero, mientras tanto, que dejen en paz a la gente. Eso es un logro que se debe valorar; mientras, que la autoridad civil haga lo que le toca. Quisiéramos que la semilla que sembramos diera el cien por ciento de buenos frutos, pero si sólo da el 20, o el 10 por ciento, ya es ganancia que no podemos menospreciar.

Estando en Chiapas, viví varias experiencias en este sentido. Mi antecesor, Mons. Samuel Ruiz, tuvo que mediar entre el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y el gobierno, para que no hubiera más muertos y se respetaran los derechos de los indígenas. Yo tuve que dialogar con zapatistas y antizapatistas, la mayoría indígenas, para evitar que se mataran por la posesión de terrenos, o por cuestiones políticas. Impulsamos diálogos entre mujeres indígenas tseltales de Oxchuc que peleaban por la presidencia municipal, arrastrando cada una a sus grupos, bien armados, para luchar por sus intereses. En una ocasión, sufrimos destrozos en la Curia diocesana, donde llevábamos a cabo diálogos entre ellas, porque uno de esos grupos a fuerza quería triunfar. Tuvimos que mediar entre indígenas tsotsiles de Chenalhó y Chalchihuitán, que peleaban por límites territoriales, pues autoridades agrarias federales los habían modificado, sin tener en cuenta historias y derechos de estos dos municipios colindantes. Hubo muertos y cientos de desplazados, y nosotros no podíamos quedarnos sin hacer lo posible por la paz entre ellos.

Al interior mismo de la diócesis, hubo que mediar entre distintos modelos de Iglesia, para que se respetaran y trabajaran juntos por la evangelización y la paz. En dos ocasiones me secuestraron por unas horas, porque un grupo a fuerzas quería que yo le apoyara y que desconociera al otro en sus justos derechos. Se expone uno, pero no podemos reducir nuestro servicio pastoral a hacer oración, cosa absolutamente necesaria e indispensable, sino a Dios rogando y por la paz dialogando.

Discernir

El Papa Francisco, en su encíclica Fratelli tutti, dice:

“Si bien la Iglesia respeta la autonomía de la política, no relega su propia misión al ámbito de lo privado. Al contrario, no puede ni debe quedarse al margen en la construcción de un mundo mejor, ni dejar de despertar las fuerzas espirituales que fecunden toda la vida en sociedad. Es verdad que los ministros religiosos no deben hacer política partidaria, propia de los laicos, pero ni siquiera ellos pueden renunciar a la dimensión política de la existencia que implica una constante atención al bien común y la preocupación por el desarrollo humano integral. La Iglesia tiene un papel público que no se agota en sus actividades de asistencia y educación, sino que procura la promoción del hombre y la fraternidad universal. No pretende disputar poderes terrenos, sino ofrecerse como un hogar entre los hogares —esto es la Iglesia—, abierto para testimoniar al mundo actual la fe, la esperanza y el amor al Señor y a aquellos que Él ama con predilección. Una casa de puertas abiertas. La Iglesia es una casa con las puertas abiertas, porque es madre. Y como María, la Madre de Jesús, queremos ser una Iglesia que sirve, que sale de casa, que sale de sus templos, que sale de sus sacristías, para acompañar la vida, sostener la esperanza, ser signo de unidad para tender puentes, romper muros, sembrar reconciliación” (276).

“Las convicciones religiosas sobre el sentido sagrado de la vida humana nos permiten reconocer los valores fundamentales de nuestra humanidad común, los valores en virtud de los que podemos y debemos colaborar, construir y dialogar, perdonar y crecer, permitiendo que el conjunto de las voces forme un noble y armónico canto, en vez del griterío fanático del odio” (283).

“El mandamiento de la paz está inscrito en lo profundo de las tradiciones religiosas que representamos. Los líderes religiosos estamos llamados a ser auténticos ‘dialogantes’, a trabajar en la construcción de la paz no como intermediarios, sino como auténticos mediadores. Los intermediarios buscan agradar a todas las partes, con el fin de obtener una ganancia para ellos mismos. El mediador, en cambio, es quien no se guarda nada para sí mismo, sino que se entrega generosamente, hasta consumirse, sabiendo que la única ganancia es la de la paz. Cada uno de nosotros está llamado a ser un artesano de la paz, uniendo y no dividiendo, extinguiendo el odio y no conservándolo, abriendo las sendas del diálogo y no levantando nuevos muros” (284).

Actuar

¿Qué podemos hacer tú y yo por la paz? Empieza por ti mismo: si tienes enemigos, dialoga pacíficamente con ellos y lleguen a reconciliarse; en tu familia, los esposos eviten pelear y, si hay diferencias, aprendan a dialogar, a escucharse y respetarse; eduquen a sus hijos para que no peleen, sino que compartan entre ellos y con los demás, y que defiendan los derechos de los acosados por el bullyng familiar y escolar. Apoyemos estos esfuerzos con nuestra oración, que tiene una fuerza extraordinaria.

Card. Felipe Arizmendi Esquivel

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Card. Felipe Arizmendi Esquivel

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