MIRAR

Uno de los tesoros más grandes es tener una familia unida. Puede haber problemas, diferencias, quizá ofensas y malos entendidos, pero cuando se dialoga y hay perdón mutuo, cuando se apoyan unos a otros, todo vuelve a la tranquilidad. ¡Qué hermoso es estar juntos en fiestas, cumpleaños, aniversarios, onomásticos y celebración de sacramentos, así como en enfermedades o defunciones! Todos se ayudan y se acompañan;  se disfruta el compartir familiar. Lo mismo cuando nos reunimos grupos de amigos, de compañeros, de contemporáneos de escuela. O cuando los sacerdotes de un presbiterio, religiosos y diocesanos, conviven fraternalmente. O en las asambleas de nuestro episcopado, cuando nos reencontramos, oramos y trabajamos juntos, nos hacemos bromas y compartimos trabajos, proyectos y problemas.

En nuestra Iglesia, a nivel universal, nacional, diocesano o parroquial, podemos y debemos discutir, analizar diferentes puntos de vista y distintas propuestas pastorales, pero lo más hermoso es mantenernos unidos, en paz y armonía. Pero a veces prevalece la confrontación que lleva a la división. Los cismas dañan muchísimo a la comunidad eclesial. Por ello es muy doloroso que algunos descalifiquen al Papa Francisco, desconociéndolo como si no fuera legítimo Sucesor de Pedro. Los Papas anteriores también sufrieron mucho por esas divisiones internas. Para contrarrestar esta obra del demonio, que es la división, es alentador cuanto se hace para rehacer la unidad, como cuando éramos una sola Iglesia en el siglo primero, sin divisiones con ortodoxos y protestantes. En el año 2025, celebraremos los 1,700 años del Concilio de Nicea, cuando toda la Iglesia estaba unida; con esa ocasión, se hacen intentos por buscar nuevos caminos de unidad eclesial.

En nuestra patria, antes y después de las elecciones, hay muchas divisiones, no sólo entre partidos, que hacen honor a su nombre dividiendo al pueblo; hay divisiones por asuntos económicos, culturales, educativos, raciales, religiosos y hasta deportivos. Los grupos criminales pelean entre ellos por el dominio de sus territorios, porque la ambición del dinero les lleva a querer destruir a los otros y quedarse como dueños absolutos, no sólo en lo económico, sino también en lo político. Con el apoyo mayoritario que los electores dieron al partido en el poder, sus dirigentes se sienten dueños de la verdad y del bien, y menosprecian a quienes ahora son minoría; si hacen foros, ojalá sea para escuchar otros puntos de vista y corregir o complementar los propios, no sólo para disimular o justificar las propias posturas. Más allá de los partidos está el país, pero a algunos éste no les importa, sino sólo sus propias ambiciones.

DISCERNIR

El episcopado mexicano, al cumplirse un mes del proceso electoral en nuestro país, emitió un oportuno mensaje, del cual comparto algunas frases:

“Muchos ciudadanos podrán sentirse satisfechos; otros, por distintos motivos muy válidos, han vivido los resultados con frustración; pero entre unos y otros debe haber respeto para construir juntos nuestro futuro, pues unos y otros formamos el mismo país. Que no prevalezca el sentimiento de vencedores o vencidos, sino el de ciudadanos de la misma patria que debemos construir con el talento de todos, sin exclusión. México debe ser tierra de libertad y oportunidades para todos, en un ambiente de justicia y paz que todos anhelamos.

En este momento, recordemos las palabras de Jesús: «Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti» (Juan 17, 21). Esta oración nos inspira a buscar la unidad en nuestra nación, más allá de nuestras diferencias.

Hacemos también un llamado respetuoso a todos los mexicanos, para ir más allá de la contienda electoral y colocarse ahora con ánimo y esperanza, con la conciencia de que el futuro de nuestro país necesita de todos, jóvenes y adultos, sociedad civil y fuerzas armadas, comunicadores y educadores, empresarios y lideres sociales, obreros y campesinos, profesionistas, comerciantes y toda la clase laboral.

Trabajar unidos por el bien común de nuestra nación, superando divisiones y construyendo puentes de diálogo y reconciliación. En este espíritu, cada una de nuestras familias, de nuestras comunidades en todos los ámbitos, los partidos políticos y los servidores públicos, las distintas iglesias y grupos religiosos, todos, sin distinción, debemos responder a una vocación de grandeza y unidad, como corresponde a México y su historia”.

ACTUAR

Preguntémonos cada quién qué debemos hacer para que en nuestra propia familia haya paz, armonía y unidad. Si hay que perdonarnos, no dejemos pasar más tiempo. Si alguien me necesita, ¡aquí estoy! Y en nuestro grupo o comunidad, hagamos cuanto podamos por conservar o reconstruir la paz social, el respeto por los demás, la solidaridad fraterna.

*Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la Fe.

Card. Felipe Arizmendi Esquivel

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