HECHOS
El Sr. Donald Trump, actual presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, con todo el poder económico y militar que tiene su país, se imagina que puede hacer y deshacer cuanto quiera dentro y fuera de su patria. Tiene sus obsesiones y pretende imponer su voluntad a todo el mundo, sin importarle personas. Quiere manejar la economía mundial pensando sólo en sus intereses personales y nacionales. No respeta la autonomía de algunos países y se imagina que puede cambiar el rumbo de la historia sólo porque él así lo determina. No le importan tantos migrantes que son buenas personas y colaboran para el progreso de su país, sólo porque no tienen documentos legales. ¡Tanto poder le ciega la mente y el corazón!

El Sr. Netanyahu, primer ministro de Israel, con la buena intención de defender su país de los ataques terroristas del grupo Hamás y de rescatar sus rehenes, no toma en cuenta tantos muertos y desnutridos que han provocado sus acciones militares en la región de Gaza. Pretende invadir territorios palestinos y quisiera que Palestina desapareciera como país libre e independiente, para anexar su territorio a dominio israelita. ¡Su poder militar le impide ver los daños que está causando a los palestinos, como si todos fueran terroristas!

Lo mismo pasa en otros países y en otros ambientes. Nuestras autoridades federales no ven que el 87% de los mexicanos no aprobamos la elección pasada de jueces y magistrados; sólo resaltan el 13% que les apoyó, muchos de ellos beneficiarios de sus programas sociales. ¡Su poder absoluto les ciega! No ven los errores y la corrupción de sus propios correligionarios. El gobernante anterior no quiso ver la gravedad de la delincuencia organizada, que algunos calificaron como autorizada.

Los diferentes grupos de la delincuencia intentan imponer su dominio territorial para obtener más dinero, para traficar más drogas, para extorsionar a más personas. No ven más allá; no dimensionan las injusticias que cometen; no les importa exponer su propia vida, con tal de lograr sus objetivos, sentirse poderosos y dueños hasta de la política. La autoridad federal actual está haciendo lo posible por acabar con esos grupos, pero la obsesión ciega de poder y de dinero de éstos pareciera hacer imposible salir de este bache en que hemos caído. Y algo semejante pasa en familias, barrios, pueblos, ciudades y aún en
las iglesias: quienes tienen algún cargo o más recursos económicos, se consideran los únicos que saben y que pueden hacer cuanto les parece bien, sin tener en cuenta otras opiniones y otros derechos.

ILUMINACION
El Papa Francisco, en su exhortación Evangelii gaudium, dice: “Una de las causas de esta situación se encuentra en la relación que hemos establecido con el dinero, ya que aceptamos pacíficamente su predominio sobre nosotros y nuestras sociedades. Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano” (EG 55).

“Se instaura una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que impone, de forma unilateral e implacable, sus leyes y sus reglas. El afán de poder y de tener no conoce límites” (EG 56).

“Tras esta actitud se esconde el rechazo de la ética y el rechazo de Dios. La ética suele ser mirada con cierto desprecio burlón. Se considera contraproducente, demasiado humana, porque relativiza el dinero y el poder. Se la siente como una amenaza, pues condena la manipulación y la degradación de la persona. En definitiva, la ética lleva a un Dios que espera una respuesta comprometida que está fuera de las categorías del mercado. Para éstas, si son absolutizadas, Dios es incontrolable, inmanejable, incluso peligroso, por llamar al ser humano a su plena realización y a la independencia de cualquier tipo de esclavitud. La ética –una ética no ideologizada– permite crear un equilibrio y un orden social más humano. En este sentido, animo a los expertos financieros y a los gobernantes de los países a considerar las palabras de San Juan Crisóstomo: «No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos»” (EG 57).

ACCIONES
No seamos esclavos del dinero y del poder. Nuestra vida adquiere sentido pleno y satisfactorio si el cargo o los recursos que tenemos los ponemos al servicio de los demás: de la familia, de la comunidad, del país y del mundo.

Card. Felipe Arizmendi Esquivel

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Card. Felipe Arizmendi Esquivel

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