Mirar

Para algunas personas, el tema que se está tratando en el Sínodo de Obispos en Roma, la sinodalidad en la Iglesia, es una ocurrencia del Papa Francisco. No es así. Ya el Concilio Vaticano II, realizado de 1962 a 1965, nos dio las bases para vivir la sinodalidad, que es caminar juntos en pos de Jesús. Esa fue la práctica que se describe en Hechos de los Apóstoles 15 y fue la práctica sobre todo del primer siglo de la Iglesia, como dice el Documento Introductorio para este Sínodo:

“En el primer milenio, ´caminar juntos´, es decir, practicar la sinodalidad, fue el modo de proceder habitual de la Iglesia entendida como ´un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo´. Es en este horizonte eclesial, inspirado en el principio de la participación de todos en la vida eclesial, donde San Juan Crisóstomo podrá decir: «Iglesia y Sínodo son sinónimos».

También en el segundo milenio, cuando la Iglesia ha subrayado más la función jerárquica, no disminuyó este modo de proceder: cuando se ha tratado de definir verdades dogmáticas, los papas han querido consultar a los obispos para conocer la fe de toda la Iglesia, recurriendo a la autoridad del sensus fidei de todo el Pueblo de Dios, que es «infalible “in credendo”» (No. 11).

Esto de la sinodalidad, repito, no es ocurrencia del Papa Francisco, pues el actual Código de Derecho Canónico, ya desde el año 1983, prescribe varias instancias de consulta que el obispo debe tomar en cuenta antes de tomar decisiones: al Consejo Diocesano de Pastoral,  al Consejo Presbiteral, al Consejo de Economía, al Colegio de Consultores, así como a otros que existen en muchas diócesis: Consejo del Seminario, Consejo de Laicos, Consejo de la Vida Consagrada, etc. Escuchar a la comunidad antes de tomar decisiones, ha sido una práctica en la vida de la Iglesia, pero el Papa Francisco quiere que esto se profundice y se amplíe más, escuchando incluso a personas que no participan en la comunidad eclesial, también a no creyentes y a practicantes de otras religiones.

Recuerdo que, cuando yo era Rector del Seminario de Toluca (1981-1991), el equipo directivo hicimos un borrador del Reglamento y lo pasamos a los alumnos, para que ellos dieran su opinión al respecto. Varios puntos los integramos, y otros no. Cuando fui obispo en dos diócesis de Chiapas, Tapachula (1991-2000) y San Cristóbal de Las Casas (2000-2018), siempre consultaba a la comunidad diocesana, reunida en asamblea, para elegir los principales cargos de Vicario General, Canciller, Rector del Seminario, Ecónomo y Vicario de Pastoral, así como para decidir otros asuntos. Aunque no hablábamos de sinodalidad, la practicábamos más o menos bien. Sólo en algunos casos tuve que tomar decisiones sin hacer consultas abiertas a la asamblea diocesana, como cuando tenía que cambiar a un párroco y enviarlo a otra parroquia. Escuchaba mucho lo que la gente expresaba de varias formas, pero no hacía una consulta explícita, pues no podía revelar a la comunidad asuntos muy personales del sacerdote.

Escuchaba a mis consejeros inmediatos, pero no a todo el equipo pastoral de la parroquia, por la misma razón: por respeto al sacerdote y por tener en cuenta otras circunstancias diocesanas, que no siempre se pueden difundir.

Discernir

El Concilio Vaticano II, en su Constitución sobre la Iglesia, Lumen Gentium (1964), da las bases para la sinodalidad, a partir del bautismo, que todos recibimos: “Aun cuando algunos, por voluntad de Cristo, han sido constituidos doctores, dispensadores de los misterios y pastores para los demás, existe una auténtica igualdad entre todos en cuanto a la dignidad y a la acción común a todos los Fieles en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo. Por lo tanto, todos los Bautizados, al participar de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, en el ejercicio de la multiforme y ordenada riqueza de sus carismas, de su vocación, de sus ministerios, son sujetos activos de evangelización, tanto singularmente como formando parte integral del Pueblo de Dios.  Pues la distinción que el Señor estableció entre los sagrados ministros y el resto del Pueblo de Dios lleva consigo la solidaridad, ya que los Pastores y los demás fieles están vinculados entre sí por recíproca necesidad.

Los Pastores de la Iglesia, siguiendo el ejemplo del Señor, pónganse al servicio los unos de los otros y al de los restantes fieles; éstos, a su vez, asocien gozosamente su trabajo al de los Pastores y doctores. De esta manera, todos rendirán un múltiple testimonio de admirable unidad en el Cuerpo de Cristo. Pues la misma diversidad de gracias, servicio y funciones congrega en la unidad a los hijos de Dios, porque «todas… estas cosas son obra del único e idéntico Espíritu» (1 Co 12,11)” (LG 32).

Actuar

Todos los bautizados somos miembros vivos de la Iglesia. Por tanto, todos hemos de sentirnos involucrados en su vida y en su misión. En tu parroquia, en tu diócesis, en tu congregación, participa activamente. Habla, propón, sugiere, aconseja, sé parte viva de la comunidad eclesial. Cuando veas que algo no está bien, o puede funcionar mejor, habla con tu párroco, y si puedes con tu obispo, para hacerle ver tu punto de vista y hacerle alguna propuesta, con mucho respeto y caridad. Pero ante todo y sobre todo, ora mucho al Espíritu Santo, para que nos abra la mente y el corazón y así seamos la Iglesia que Jesús quiere.

Card. Felipe Arizmendi Esquivel

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