MIRAR
Desde que era Vicario General en Toluca, y luego como obispo en Chiapas, de cuando en cuando llegaban grupos pequeños o manifestaciones tumultuosas, para pedir algo, como que se les cambiara de párroco, o que no se les cambiara, y el líder, que nunca falta, decía que el pueblo pedía tal y cual cosa, siendo que no representaba a la mayoría del pueblo, sino al grupo encabezado por él, a veces con razones válidas y, en otras, movidos por diferentes intereses. Nuestra tarea era escucharles con atención, darles una palabra, quizá investigar más a fondo el asunto, a veces aceptar su propuesta, pero no dejarnos impresionar por el lenguaje del líder.
Nunca faltan demagogos, que se dicen intérpretes del pueblo, pero que sólo saben cómo manejarlo. Cuando se organizan consultas o foros, puede ser para escuchar de verdad lo que dicen los que saben de lo que se trata y estar dispuestos a cambiar o retirar una propuesta, o puede ser sólo fachada para encubrir lo que el líder quiere o impone. No siempre que se habla de pueblo es realmente pueblo, sino grupos adictos al líder, o multitudes manejadas por la propaganda, por las dádivas gubernamentales, o por otros intereses. En las votaciones en que participa la mayor parte de la ciudadanía, sus resultados se respetan, porque son expresión comprobable del sentir del pueblo, aunque también en estos casos hay que discernir si fue un voto razonado o sólo interesado.
Los obispos de Venezuela, con ocasión de las próximas elecciones presidenciales del 28 de julio, han emitido un importante documento. Después de analizar la grave situación global en que se encuentra el país, invitan a la gente a salir a votar, para que la participación mayoritaria exprese si quieren seguir con un régimen populista y casi dictatorial, que ha provocado miles de migrantes que huyen de la pobreza y de la opresión, o quieren un cambio.
DISCERNIR
El Papa Francisco participó en la clausura de la 50ª. Semana Social de los Católicos de Italia, realizada en Trieste, al norte de ese país, que tuvo como tema: En el corazón de la democracia. Participar entre la historia y el futuro. ¿Por qué el Papa habla de estos temas, si la Iglesia no es democrática? Cierto; la Iglesia es comunitaria, compartida, corresponsable entre todos sus miembros, sinodal, pero no es democrática; es jerárquica por institución divina. Al respecto, dijo el Papa, “Iglesia es sensible a las transformaciones de la sociedad y se esfuerza por contribuir al bien común. Es evidente que en el mundo
actual la democracia, digamos la verdad, no goza de buena salud. Esto nos interesa y nos preocupa, porque está en juego el bien del hombre, y nada de lo que es humano puede sernos ajeno.
Hay “crisis de la democracia… El poder se vuelve autorreferencial -es una fea enfermedad-, incapaz de escuchar y servir a la gente. La propia palabra «democracia» no coincide simplemente con el voto del pueblo. ¿Qué significa eso? No es sólo el voto del pueblo, sino que exige que se creen las condiciones para que todo el mundo pueda expresarse y pueda participar. Y la participación no se improvisa: se aprende de niño, de joven, y hay que «entrenarla», incluso en un sentido crítico con respecto a las tentaciones ideológicas y populistas. La democracia exige siempre pasar del partidismo a la participación, de la «ovación» al diálogo. Todos deben sentirse parte de un proyecto comunitario; nadie debe sentirse inútil. El asistencialismo, por sí solo, es enemigo de la democracia, enemigo del amor al prójimo. Y ciertas formas de asistencialismo que no reconocen la dignidad de las personas son hipocresía social.
El corazón de la política es la participación. Hace falta valor para pensar en uno mismo como pueblo y no como yo o mi clan, mi familia, mis amigos. Desgraciadamente, esta categoría – «pueblo»- a menudo se malinterpreta y, podría llevar a la eliminación de la propia palabra «democracia» (gobierno del pueblo). Sin embargo, para afirmar que la sociedad es algo más que la mera suma de individuos, el término ‘pueblo’ es necesario, que no es populismo. No, es otra cosa: el pueblo. En efecto, es muy difícil proyectar algo grande a largo plazo si no se consigue que se convierta en un sueño colectivo.
No nos dejemos engañar por soluciones fáciles. Comprometámonos, en cambio, con el bien común. No manipulemos la palabra democracia ni la deformemos con títulos vacíos que puedan justificar cualquier acción. La democracia no es una caja vacía, sino que está unida a los valores de la persona, la fraternidad e incluso la ecología integral.
Como católicos, en este horizonte, no podemos contentarnos con una fe marginal, o privada. Tener el coraje de hacer propuestas de justicia y de paz en el debate público. Tenemos algo que decir, pero no para defender privilegios. No. Tenemos que ser una voz, una voz que denuncia y propone en una sociedad a menudo sin voz y donde demasiados no tienen voz. El amor político no se contenta con tratar los efectos, sino que busca las causas. Es una forma de caridad que permite a la política estar a la altura de sus responsabilidades y salir de las polarizaciones, esas polarizaciones que no ayudan a comprender y afrontar los desafíos.
Aprendamos más y mejor a caminar juntos como pueblo de Dios, a ser fermento de participación en medio del pueblo del que formamos parte. Y esto es algo importante en nuestra acción política, incluso de nuestros pastores: conocer al pueblo, acercarse al pueblo. Tantas veces pensamos que el trabajo político consiste en ocupar espacio: ¡no! Es iniciar procesos, no ocupar lugares” (7-VII-2024).
ACTUAR
Como ciudadanos, no sólo juzguemos qué hacen los gobernantes; participemos más activamente. En tu calle, en tu barrio o colonia, en tu comunidad, haz propuestas para que haya justicia y paz, desarrollo integral y respeto por la ecología integral. Como creyentes, no esperes que todo lo haga tu párroco; pregúntale en qué puedes participar, o hazle propuestas para que el servicio eclesial sea mejor.
*Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la Fe.
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