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Según un reportaje del periódico nacional El Universal, publicado el pasado 19 de junio, “el crimen organizado cubre 81% de México. Las garras de los grupos criminales se han hecho presentes en el país por medio de ejecuciones, masacres, narcomantas, extorsiones, secuestros, videos amenazantes e, incluso, asesinatos de policías, políticos y funcionarios. Estos hechos han sido detectados en mil 488 de los 2 mil 471 municipios que hay en el país.
Las organizaciones delictivas con mayor presencia en México son el Cártel Jalisco Nueva Generación y el Cártel de Sinaloa. El primero opera en 28 estados; el segundo, en 24. Se ha detectado la presencia del Cártel del Golfo en 10; del Cártel del Noreste, en ocho; de La Familia Michoacana, en siete; de Los Zetas, en seis; de Los Templarios, en cinco; de Los Chapitos, en cuatro. Organizaciones ‘menores’ como los Beltrán Leyva, el Cártel de Caborca, Los Talibanes, Los Rojos, Los Salazar y Los Viagras actúan cada una en tres estados”. A pesar de esto, muchos anhelan ser presidentes de nuestro país. ¿Se sienten capaces de enfrentar con eficiencia esta realidad? Aunque el lenguaje oficialista dice que estamos en paz y que el pueblo está contento, los que vivimos cerca de nuestros pueblos comprobamos diariamente que no es así, sino que cunden el miedo, la incertidumbre y los asesinatos diarios en todas partes.
Este es el problema más preocupante y delicado que vive el país. Además, hay persistentes índices de marginación y pobreza en algunas regiones, sobre todo del Sur; hay graves deficiencias en el sector salud, a pesar de los sueños presidenciales; hay tendencias ideológicas que se intentan introyectar en la educación básica, como la cuestión de género y la orientación sexual; casi todos los días hay bloqueos de carreteras y calles, por reclamos de ciudadanos contra tantas injusticias que se padecen. Los muchos que aspiran a la presidencia de la República, ¿dimensionan en su justa medida estos hechos y tienen forma de contrarrestarlos?
Si los partidos políticos siempre nos han dividido y confrontado, ahora estamos mucho más, con el agravante de que esto está calentado e incitado desde la más alta tribuna del gobierno federal. En vez de promover la unidad y la reconciliación entre los mexicanos, a diario escuchamos insultos y ofensas a quien piensa y actúa en forma diferente. Y entre los aspirantes de su partido, nadie se atreve a llevarle la contra, pues se expondrían a ser vituperados y descalificados. En caso de llegar al poder, ¿cómo crear un ambiente de hermanos, con nuestras legítimas diferencias, pero unidos en la lucha por el bien común?
Discernir
No faltará quien diga que por qué abordar estos temas; que eso es meterse en política y que son asuntos que no me incumben como obispo. Sin embargo, desde hace 58 años, el Concilio Vaticano II, en su Constitución Gaudium et spes sobre La Iglesia en el mundo actual, al tratar sobre la comunidad política y la Iglesia, afirma con toda claridad:
“La Iglesia, que por razón de su misión y de su competencia, no se confunde en modo alguno con la comunidad política ni está ligada a sistema político alguno, es a la vez signo y salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana.
La comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas, cada una en su propio terreno. Ambas, sin embargo, aunque por diverso título, están al servicio de la vocación personal y social del hombre. Este servicio lo realizarán con tanta mayor eficacia, para bien de todos, cuanto más sana y mejor sea la cooperación entre ellas, habida cuenta de las circunstancias de lugar y tiempo. El hombre, en efecto, no se limita al solo horizonte temporal, sino que, sujeto de la historia humana, mantiene íntegramente su vocación eterna. La Iglesia por su parte, fundada en el amor del Redentor, contribuye a difundir cada vez más el reino de la justicia y de la caridad en el seno de cada nación y entre las naciones. Predicando la verdad evangélica e iluminando todos los sectores de la acción humana con su doctrina y con el testimonio de los cristianos, respeta y promueve también la libertad y la responsabilidad políticas del ciudadano.
Ciertamente, las realidades temporales y las realidades sobrenaturales están estrechamente unidas entre sí, y la misma Iglesia se sirve de medios temporales en cuanto su propia misión lo exige. No pone, sin embargo, su esperanza en privilegios dados por el poder civil… Es de justicia que pueda la Iglesia en todo momento y en todas partes predicar la fe con auténtica libertad, enseñar su doctrina social, ejercer su misión entre los hombres sin traba alguna y dar su juicio moral, incluso sobre materias referentes al orden político, cuando lo exijan los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas, utilizando todos y solos aquellos medios que sean conformes al Evangelio y al bien de todos según la diversidad de tiempos y de situaciones.
Con su fiel adhesión al Evangelio y el ejercicio de su misión en el mundo, la Iglesia, cuya misión es fomentar y elevar cuanto de verdadero, de bueno y de bello hay en la comunidad humana, consolida la paz en la humanidad para gloria de Dios” (GS 76).
Actuar
Ante tantos problemas que vive el país, cada quien hagamos cuanto podamos por el bien común y sepamos discernir quiénes de los candidatos a puestos públicos tienen la real capacidad para que las cosas cambien y mejoren, No nos dejemos embaucar por la publicidad y por las propuestas demagógicas que siempre son engañosas.
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