Ahora que acabamos de celebrar el Día de las madres y el Día del maestro, vale la pena recuperar las razones por las cuales las y los católicos consideramos a la Iglesia como madre y maestra. El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que le damos estos epítetos en virtud de lo que nos da: 1) El camino donde desarrollar nuestra vocación; 2) la Palabra de Dios; 3) La gracia de los sacramentos; y 4) El ejemplo de santidad.

Respecto al último punto, por un lado, el ejemplo proviene del reconocimiento de la Virgen María como figura de santidad, de la enseñanza del discernimiento evangélico, de la salvaguarda de la tradición espiritual y de la larga historia de las y los santos que son celebrados litúrgicamente a lo largo del santoral. Por otro lado, cabe recordar las palabras de Benedicto XVI sobre la santidad de la Iglesia, cuya relación con la santidad ha de entenderse análogamente con la relación entre la luna y el sol: La luna no brilla por sí misma, sino que refleja la luz del sol. Así, la Iglesia, en tanto comunidad humana, es pecadora, pero es santa en tanto es reflejo de la santidad de Dios, el único santo.

En palabras de Juan XXIII, la Iglesia tiene una doble misión: Engendrar hijos por el bautismo, y educarlos y dirigirlos por el magisterio. Dentro de estas enseñanzas, la Doctrina Social de la Iglesia debería de tener un lugar prioritario por, al menos, dos razones: 1) La fe cristiana es social por naturaleza. Es una fe que se traduce en obras y que se materializa en la acción amorosa para con los más vulnerables. 2) Cristo mismo se identificó con los “más pequeños”, de modo que todo lo que hagamos o dejemos de hacer para con ellos, es algo que hacemos o dejamos de hacer a Cristo mismo. (Mt 25, 31-46).

No es casualidad que el método de la Doctrina Social de la Iglesia sea proclamado en la encíclica Mater et Magistra, donde Juan XXIII señala que la doctrina social profesada por la Iglesia católica es algo inseparable de la doctrina que la misma enseña sobre la vida humana. Es decir, no es algo ajeno, sino que es un elemento central. Tristemente, muchas veces como cristianos descuidamos nuestra formación en esa materia al grado que llegamos a desconocerla totalmente. Y, cuando nos llegamos a acercar a ella, muchas veces caemos en la tentación de hacerlo de forma teórica, cuando exige aplicación práctica en la medida que su “fin es la justicia y [su] impulso primordial es el amor.”

Por eso el método de la DSI parte de observar la realidad, con ojos de fe, pero también con ayuda de las ciencias sociales y humanas a fin de acercarnos lo más fielmente, sin prejuicios. Para así poder iluminarla a la luz del Evangelio y, lo más importante, actuar sobre ella para transformarla aplicando los principios de la evangelización: denunciar las injusticias y estructuras de pecado que impiden la instauración del reino y proclamar su Buena Nueva. 

Escrito por: David Vilchis, coordinador se Investigación en IMDOSOC

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*Los artículos de la sección de opinión son responsabilidad de sus autores.

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