Jaime Septién
Pocos libros me han dejado tan en paz como Alabanza de la lentitud, del médico e investigador italiano Lamberto Maffei (Alianza Editorial, 2016). Frente al vertiginoso mundo de hoy se nos plantea el asunto que enfrenta Maffei en su hermoso libro: “la lentitud como un problema del pensamiento y del camino a recorrer”.
Ante la carrera a ningún lugar del hombre del siglo XXI, a muchos de nosotros, como a Maffei, nos gustaría recorrer el tiempo en sentido inverso, huir de una cultura fundamentada en la rapidez de la
comunicación visual y regresar al ritmo lento del lenguaje hablado y escrito. “Regresar a los días en los que nuestros abuelos sacaban la silla afuera de la casa, incluso nuestros padres, y se disponían a
“tardear”.
Entiendo que vivimos en un cambio de época. ¿Significa que echemos por la borda la “sabía virtud” que reclamaba Renato Leduc? Quizá sea lo contrario: comenzar a valorar la paciencia, una de las virtudes heroicas propia del desarrollo del cerebro humano. Así lo aclara Maffei:
“Para construir el cerebro humano, la evolución eligió la técnica de la lentitud; en cambio, para los restantes animales eligió la rapidez.”
Una de las denuncias que hace Maffei sobre la cultura de la rapidez es la que obliga al ser humano a volverse una máquina de productividad. Elimina la piedad, el freno, el pensamiento y elimina la creatividad, además de esa prolongada conversación de la persona con los muertos y con su legado.
Maravillosa condición en la que se descubre el valor de las cosas y el valor del otro. Por supuesto, también ha barrido con la religión. Rezar es perder el tiempo cuando se puede estar haciendo… ¿qué?
Maffei, toscano, termina citando a Dante:
“Cuando cesó en sus pies esa premura /
que a la humana conducta así desdora /
mi mente se sintió ya más segura / y al
punto, casi soñadora…”.
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