Vuelven los niños a clases. Se acabaron las vacaciones para quienes pudieron tenerlas. Algunos llorarán por separarse de sus padres. Otros irán con regocijo: nuevos amigos los esperan. Más chicas que chicos. A los mayores nos vuelve ese como revoloteo de mariposas en el estómago: ¿quiénes serán los maestros; este año si pasaré matemáticas; habrá tiendita en la escuela (o puros chocolates del bienestar)?

Nunca, en el México post revolucionario –me lo dijo una autoridad en la materia—el gobierno ni priista ni panista, mucho menos el morenista—ha tomado la educación pública como una política de Estado. Nunca

Herramienta ideológica, perversión del nacionalismo, identificación con héroes de cartón-piedra que se desmoronarían al primer soplo de una investigación seria, civismo de mínimos, adiós a la moral, clausura de valores, cero lectura… Lejos de lo que podría sembrarse en quienes, pomposamente, llaman “el futuro de México”.

Es ahí donde los padres de familia deben ocuparse. Llenar el vacío que dejan programas educativos pensados para ganar votos en el futuro. Para perpetuarse en el poder, pues. En otras palabras: no dejar en manos de una escuela tambaleante la formación cultural y espiritual de los menores; enseñarlos a
pensar, a leer, a narrar sus experiencias, a respetar la ley y a participar en la vida pública. También enseñarlos a rezar.

Hace poco leí ¿Quién conquisto México?, de Federico Navarrete. Y me llevó a la conclusión de que no sabemos nada de lo que somos como nación. Y el que no sabe lo que es, tampoco sabe lo que será. En la escuela aprenden –por ejemplo del tema que plantea la pregunta de Navarrete—que los malos españoles le “ganaron” a los buenos aztecas. La realidad fue totalmente diferente. “Los españoles no conquistaron México-Tenochtitlán: fueron decenas de miles de indígenas, movidos por sus propios intereses y encabezados por líderes que, sistemáticamente, condujeron a Cortés a cumplir sus propios fines… con éxito”, escribe este investigador.

Y así tantos mitos, verdades a medias, brochazos, maledicencias, tonterías. Que el retorno a las aulas de los niños tenga futuro desde la familia. Porque, como bien escribió Óscar Wilde: “El mero acto de tratar de mirar hacia el futuro para vislumbrar posibilidades y ofrecer advertencias es en sí un acto de esperanza.”

Jaime Septién

Periodista y director del periódico católico El Observador de la actualidad.

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