Jaime Septién
Alfonso Reyes –ese Goethe mexicano que tan poco hemos leído y tanto han ninguneado algunos “intelectuales” (del Gobierno, ni se diga)— quería el latín para las izquierdas. Heinrich Heine, amigo de Marx en el exilio de París, quería el griego para las izquierdas. En ambos casos, lo que se pretendía es que las izquierdas tuvieran cultura. Yo creo que lo mismo podemos pedirle hoy tanto a las izquierdas como a las derechas. Y a la Iglesia católica. La cultura construye; la incultura destruye.
Es terrible ver cómo la falta de instrucción política y religiosa rebaja los debates por los que pasamos. Basta echar una ojeada a las redes sociales donde el lenguaje soez, la mentira y el montaje sustituyen a las ideas, al diálogo, a la discusión. La polémica se ha vuelto un toma y daca de insultos y aquello que decía Fulton J. Sheen en el sentido de que la Iglesia ha crecido por la polémica, hoy no se produce, no existe. A lo más que llegamos es a hacernos víctimas. Y el victimismo es una forma depurada de la cobardía.
Recuerdo que en Errores y verdad, monseñor Sheen (lo digo de memoria) decía que hay que pensar duro y hay que pensar limpio. Pensar duro para hacer espiritualidad y pensar limpio para hacer civilización. Es un imperativo que hemos echado por la borda. La oración es maravillosa. La acción también. Pero en el debate por la paz hacen falta orientaciones y definiciones que convenzan a todos. Aquí la imposición no funciona. Ni en ningún otro lado.
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