Jaime Septién
Un breve escándalo sucedió con “las campanadas” de la Nochevieja en España, esos doce tañidos del reloj que se encuentra en Madrid, en la famosa Puerta del Sol.
Cada 31 de diciembre las emite en directo Televisión Española. Es tradición en muchos hogares de la península conectarse en directo para tomar las uvas y darse el abrazo de Año Nuevo. Durante la presentación televisiva, una humorista apodada Lalachus, exhibió la estampita del Sagrado Corazón, pero no con la cabeza de Jesucristo, sino con la testa superpuesta de una mascota televisiva, una especie de toro idiota.
La burla no pasó desapercibida. Millones de españoles que estaban viendo la televisión –familias, principalmente—pasaron de la perplejidad a la desazón. En otras palabras: no le vieron el chiste a una señora que pide que respeten su cuerpo (tiene sobrepeso) pero que se muestra irrespetuosa con los sentimientos religiosos de gran parte de la población española. Y de los innumerables devotos al Sagrado Corazón de Jesús. Hay demandas y reclamos a la televisión pública –que se paga con los impuestos de la gente—pero que, seguramente, van a quedar en eso: en indignación de unos cuantos. Ese es el objetivo.
Las hemos visto en México y en muchos lugares del mundo: degradar lo sagrado, volverlo objeto de chanza. En otras palabras: dejar claro que quienes todavía creen en Dios son unos disminuidos. Lo malo es que hay quien se lo toma en serio y se avergüenza de su fe, de sus tradiciones, y creencias. Y en lugar de reforzarlas, las borra de su mapa vital.
“Miente, miente que algo queda” decía la vieja propaganda política. Lo mismo pasa con las burlas a la religión: algo queda.
*Los artículos de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.
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