Jaime Septién
El año que acaba de pasar concluyó con una polémica. La generada por la Declaración del prefecto para la Doctrina de la Fe, el cardenal Víctor Manuel “Tucho” Fernández (avalada por el papa Francisco) que lleva por nombre Fiducia Supplicans sobre bendiciones a parejas en situaciones irregulares o parejas del mismo sexo.
En la advertencia monseñor los autores dicen con claridad que la Declaración “se mantiene firme en la doctrina tradicional de la Iglesia sobre el matrimonio, no permitiendo ningún tipo de rito litúrgico o
bendición similar a un rito litúrgico que pueda causar confusión”.
Y agrega: “No obstante, el valor de este documento es ofrecer una contribución específica e innovadora al significado pastoral de las bendiciones, que permite ampliar y enriquecer la comprensión clásica
de las bendiciones estrechamente vinculada a una perspectiva litúrgica”.
En otras palabras: las parejas de divorciados vueltos a casar por lo civil, las madres solteras, las parejas del mismo sexo, en fin, las parejas que se encuentren en situaciones que impidan el acceso a un rito litúrgico, podrán acceder a una bendición (no litúrgica). Se trata, dice la CEM, de un gesto de cercanía y acompañamiento que ofrece la Iglesia “sin ánimo de legitimar situaciones irregulares, sino como expresión de la misericordia pastoral de Cristo y de la Iglesia hacia todas las personas”.
Hay muchos que no quieren entenderlo. Y buscan una Iglesia que ya no es. Que ya no puede ser.
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