El padre jesuita Jácome Antonio Basilio nació en 1609 en Italia. A los 21 años entró al noviciado de la Provincia de Nápoles. En 1642 se trasladó a la Nueva España. Ya había sido ordenado sacerdote.
Su primer destino fue el Colegio de Tepotzotlán, donde estuvo cinco años, y luego fue enviado al Colegio de San Gregorio. Desde aquí realizó misiones con los pueblos indígenas en la jurisdicción del Arzobispado de México.
En 1650, un grupo de rarámuris arrasó la misión del Papigochi y dio muerte al jesuita belga Cornelio Baudin.
El padre Basilio pide que lo envíen a trabajar en la Sierra Tarahumara. En 1651, un año después de esos sucesos arriba a la región.
De acuerdo con un informe de 1652, del padre Antonio Montero, superior de los jesuitas en la Tarahumara, el indígena Gabriel Tepórame, llamado Teporaca, que en rarámuri significa hachero, encabezó una rebelión en contra de los españoles.
Cuando estalla la revuelta, el padre Basilio se encontraba en el pueblo de Temaichique, a 32 kilómetros de la Villa de Aguilar, hoy Ciudad Guerrero. Ahí lo alcanza el cacique indígena conocido como don Pedro.
Éste le ofrece un lugar seguro protegido por los rarámuris leales. Don Pedro le dice que los rebeldes se proponen dar muerte a todos los habitantes de Villa Aguilar.
El padre considera que su obligación, en éste momento de extremo peligro, es hacerse presente entre los vecinos de la villa, para animarlos espiritualmente.
Tomada su decisión, envía a un mensajero para que le avisen al gobernador de la Nueva Vizcaya, Diego Fajardo, que se dirige al lugar del conflicto.
Los rarámuris alzados se apropian de los caballos y el ganado de los habitantes de la villa. Estos se repliegan a la residencia del capitán De la Vega, que era un pequeño fuerte.
El padre, al caer la tarde del dos de marzo, ingresa a la localidad. Encuentra a la población y a los soldados presos del miedo.
En la madrugada del tres de marzo, después de tres días de ataques, Teporaca lanza el último y decisivo. Los refugiados escuchan los gritos de guerra y los golpes de macana en la pared de la empalizada.
Los alzados penetran al lugar y le prenden fuego, y quienes ahí se encuentran tienen que salir. Lo hace también el padre, que desde su llegada se había dedicado a la atención espiritual de los ahí reunidos.
En el ataque cae el capitán, los soldados y la mayoría de los españoles e indios leales. El jesuita se va a la iglesia junto con su intérprete don Felipe y otras personas.
El padre, al oír los lamentos de los sitiados y los gritos de los atacantes, sale de la iglesia para tratar de detener la matanza. Lo atraviesan con flechas.
Queda con vida hasta que un indígena lo remata con golpes de macana en la cabeza. Ya muerto lo cuelgan en uno de los brazos de la cruz que estaba en el atrio. Después prenden fuego a toda la villa.
En 1695, desde la Pimería Alta en Sonora, el jesuita Eusebio Francisco Kino escribe:
“El padre Jácome Antonio Basilio, italiano, después de haber trabajado gloriosamente en el Arzobispado de México, sucedió en los apostólicos trabajos al padre Cornelio Beduin. Los gentiles de Papigochi le colgaron de una santa cruz al tiempo que estaba confesando a la gente. El día que murió, la hostia consagrada en la misa le ensangrentó los santos corporales. Cuando murió, los naturales vieron salir de su boca un niño acompañado de dos ángeles. Murió de 43 años de edad y 22 de Compañía”.
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