Muchas personas coincidimos en las redes sociales o en los chats de whatsapp, porque compartimos simpatía o amistad, o bien, porque tenemos en común aficiones, intereses o convicciones en lo social, lo político, la fe y la religión, entre muchas otras cosas.
Hace algún tiempo me llevé una gran sorpresa, cuando una querida y vieja amiga compañera de colegio, me bloqueó en sus redes sociales porque no le gustó un artículo que escribí sobre la educación en el actual gobierno, del que ella es fanática.
La división que se ha ido creando entre compatriotas como “chairos y fifís” no solo ha afectado en las preferencias políticas, también ha dañado relaciones personales en diferentes ambientes, incluso dentro de las propias familias; pues lejos de quedar en opiniones o visiones opuestas, se han convertido en un medio para denostar y descalificar a los demás, cavando un abismo entre los mexicanos.
Lo mismo sucede con los católicos que, seguramente impulsados por ideales nobles como la vida y la familia; ante la cada vez más próxima elección presidencial y el temor, bien fundado, de continuar con un gobierno populista y errático, estamos preocupados e interesados, como muchos más mexicanos que no profesan nuestra fe, en participar para lograr un cambio que nos devuelvan la esperanza y la paz.
Es triste, muy triste leer o escuchar a aquellos hermanos que enarbolando con pasión los principios irrefutables de la vida, la familia y las libertades fundamentales, todo lo ven en blanco o en negro, sin los matices que la misma historia nos enseña y repite una y otra vez, y descalificando, difamando y condenando a quienes en pleno uso de su libertad piensan diferente.
La agresión y los calificativos ofensivos hacia los aspirantes a la candidatura y entre sus seguidores católicos, y hacia los aspirantes que defienden, son el alimento de cada día en las redes; algunos incluso creen poseer la verdad por encima de cualquier otro punto de vista, poniendo su confianza ciega en un candidato sin considerar sus limitaciones, sin unir esfuerzos, sin pensar cómo avanzar hacia el bien común. La bandera de su verdad y su candidato, descalifica, condena y difama a los demás posibles contendientes porque no cumplen con sus expectativas políticas “católicas” y pasando por alto la enseñanza evangélica: “amarás a tu próximo como a ti mismo”.
Ojalá que el futuro próximo de nuestra patria no nos sorprenda como católicos divididos, con controversias que no nos permitan avanzar y con juicios que resultan temerarios. El reinado de Cristo inicia con la transformación de nuestro propio corazón y buscando siempre el bien, la justicia y la paz para todos. La unidad por el bien posible puede marcar la diferencia.
“De la abundancia del corazón habla la boca”.
*Los artículos de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.
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