Hace poco, mis amigas y yo nos reunimos, como lo hacemos de vez en cuando, para disfrutar de nuestra compañía, conversar, reír, llorar un poco, festejar la vida y nuestra ya larga amistad, y darnos ese abrazo que no podemos sentir desde el chat por el que nos comunicamos con frecuencia, pero a veces es tan necesario. Estábamos en un café concentradas en nuestra charla, cuando se acercó una señora para compartirnos su asombro al ver la alegría que reflejábamos; “todos deberíamos reunirnos con nuestros amigos, tengo que aprender de ustedes”, nos dijo.
Agradecimos y valoramos sus palabras; pero ya en el camino de regreso a casa, me hizo reflexionar profundamente la bendición que significa para mí nuestra amistad. “… es que con un amigo, por ahí vos no te ves durante mucho tiempo, pero cuando te encontrás, y a veces pasan meses o hasta un año, sentís como si te hubieras visto ayer, enganchás enseguida. Es una característica muy humana de la amistad”. (Papa Francisco)
En la vida, hay amigos que conservamos a través del tiempo y otros que vamos haciendo por el camino, llegando muchas veces, en el momento preciso que los necesitamos. La amistad es un don de Dios y es también un misterio; depende de dos voluntades, no se inventa ni se fuerza, pero requiere reciprocidad. Dice el Eclesiástico que: “un amigo fiel es un refugio seguro, quien lo encuentra ha encontrado un tesoro. Un amigo fiel no tiene precio y su valor es incalculable”.
La auténtica amistad te hace mejor persona y más humano; poder percibir y sentir con el otro sus y tus sufrimientos, tus y sus alegrías; compartir los momentos de incertidumbre, y encontrar las palabras adecuadas o respetar los silencios… en resumen: saber estar y acompañar, aunque sea a la distancia.
Nos dice el Papa Francisco: “En general, las verdaderas amistades no se explicitan, se dan y se van como cultivando. A tal punto que la otra persona ya entró en mi vida como preocupación, como buen deseo, como sana curiosidad de saber cómo le va a él, a su familia, a sus hijos…”
Ciertamente, en cualquier etapa de la vida, podemos sufrir la decepción de un espejismo que confundimos con amistad, dejando cicatrices profundas en el corazón: “Hay amigos que comparten tu mesa y dejan de serlo en el día de la aflicción” (Ecleo, 6). Estas experiencias sin duda dolorosas, pueden hacernos más fuertes y más resilientes, porque un amigo para que realmente lo sea, siempre busca el bien del otro. Nos permite apreciar y ser más agradecidos con quienes, permanecen, como mis amigas con las que tomo café de vez en cuando, pero que diario me recuerdan que la amistad es un tesoro.
“Quien ama a alguien con amor de amistad, quiere el bien para quien ama como lo quiere para sí mismo” Sto. Tomás de Aquino.
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