El pasado domingo se celebró en México el “Día de la Familia” un homenaje instituido por nuestro gobierno desde el 2006, con el fin de honrar y reconocer la importancia de la primera célula de la sociedad.
Desde entonces, en diferentes ciudades y estados, hay festejos organizados por diversas instituciones gubernamentales, pero también se realizan eventos, festivales y actividades de organizaciones civiles que trabajan con la convicción de que la Familia es la célula básica, y que: “El futuro depende, en gran parte, de la familia, lleva consigo el porvenir mismo de la sociedad; y su papel especialísimo es el de contribuir eficazmente a un futuro de paz”. (San Juan Pablo II).
Ese futuro nos ha llegado, y los esfuerzos de la Iglesia a través de las pastorales y de muchos otros laicos comprometidos, parecen no ser suficientes ante el panorama de descomposición social que estamos viviendo y que nos muestra las evidencias de una sociedad enferma, contaminada desde la raíz de sus familias.
Ciertamente existen muchos otros factores que han precipitado la descomposición familiar y social; las ideologías; los intereses económicos, el narcotráfico, los medios de comunicación y redes sociales, etc. son algunos de los tentáculos que el mal utiliza para llegar al seno de la familia y destruirla; pero también cierto, que solo la Familia tiene el poder transformador de la sociedad porque sigue siendo el primer ámbito de la educación, el primer contacto de la persona con el mundo para ser amada, aceptada y única.
A finales del pasado siglo se inició un constante trabajo de orientación familiar, intentando llegar a todos los ámbitos para aliviar la crisis que ya vivía la Familia; hoy nos encontramos en una nueva época en que se cuestionan su eficacia y su estructura dando paso al concepto de “familias” que incluye cualquier relación por absurda que parezca; hoy hablamos de reconstrucción, porque la crisis nos ha superado.
Es necesario que al hablar de familia no caigamos en la tentación de hacerlo desde el “deber ser”, pues haremos parecer el camino más lejano, más estrecho y cuesta arriba, a todos aquellos que tienen que vencer muchos obstáculos pero que aman a su familia y buscan a Dios: familias monoparentales, familias reconstruidas, padres de familia sin el sacramento del matrimonio, aquellos que necesitan de un buen samaritano que sin más, les cure las heridas y les muestre la senda de la esperanza y la misericordia.
No es suficiente hablar de la importancia de la Familia desde las cúpulas y a quienes tienen el interés que les empuja a una a una justificada mejor formación sobre los temas familiares y educativos. Se requiere del compromiso desinteresado por llegar a las periferias como nos lo pide el Papa, a todas las familias necesitadas porque tienen hambre de Dios.
Igual que la persona, cada familia es única e irrepetible, si queremos cambiar este mundo, tendremos que iniciar tocando el corazón de cada familia con un mensaje de amor y de paz, porque hoy igual que ayer, la solución a todos los problemas que nos aquejan está en la familia.
“La familia es un centro de amor, donde reina la ley del respeto y de la comunión, capaz de resistir a los embates de la manipulación y de la dominación de los centros de poder mundanos” Papa Francisco
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