Mi casa siempre fue ruidosa, como son los hogares de familias numerosas. Primero fueron las risas, llantos o gritos de los niños jugando; después se agregaron las voces y la música de mis hijos adolescentes, sus primos y amigos que encontraban en ella un lugar en el que se sentían en confianza y contentos, aun arriesgándose a los regaños y los “jalones de oreja” que yo repartía sin distinción.
Con el paso del tiempo, la escuela y el trabajo no nos permitían coincidir a todos como antes, sin embargo, en casa siempre había constante movimiento y convivencia que provocaba esa sensación tan especial de sentirse siempre acompañado, entre bromas, discusiones y uno que otro abrazo.
Hoy que cada hijo ha emprendido su propio camino, al fin podemos disfrutar el silencio y la tranquilidad de la casa; pero no conocemos la soledad, porque los lazos del corazón no se rompen con la distancia.
Nuestra familia ha crecido, y las reuniones en “la casa de los abuelos” son igual de ruidosas que antes, pero más emotivas, más alegres, quizá porque hoy todos tenemos menos prisa para vivir el momento y más madurez para disfrutar la bendición de “ser familia”.
Cuando pareciera que ya la vida nos está poniendo en “modo descanso”, aparecen los nietos para revolucionar nuestras vidas, nuestros corazones y casas, enseñándonos un nuevo modo de amar. Sus padres los educarán a su manera que puede gustarnos o no; eso es lo de menos, porque la nueva tarea que nos ofrece la vida consiste en amarlos con la misma incondicionalidad y ternura con la que recibimos a nuestros hijos, pero sin el peso de la responsabilidad, ni del deber.
En esta nueva etapa, hemos aprendido que casa de los abuelos es un centro de diversiones donde se pueden romper algunas reglas; es también el refugio donde se permite brincar en la cama o disponer de la tele; es la cocina donde se elaboran las comidas y postres favoritos para cada uno, es la enfermería donde siempre hay una “curita” para la herida, un beso para calmar el llanto, un largo abrazo para aliviar el alma de un dolor, y un consejo que se susurra en el oído para prevenir un peligro. La casa de los abuelos es el lugar donde se desliza en las nimiedades la presencia de Dios en nuestras vidas.
Los nietos nos recuerdan aquellos tiempos felices de sacrificios y esfuerzos, agradeciendo a Dios que hayan quedado atrás. Ahora sabemos que, a un agitado día en familia, le seguirá un merecido descanso y la gran ilusión de volvernos a reunir.
Llegar a ser abuelos nos convierte en raíces de un árbol frondoso que ya da frutos y podrá ofrecer su sombra a quienes pasen por el camino; es también una nueva forma de amar a nuestros hijos a través de sus hijos y es la gran oportunidad de dejar una huella profunda en el corazón de esos pequeños que nos volvieron a enseñar la alegría de dar.
El feminismo, una corriente filosófica y social que busca la igualdad de derechos y oportunidades…
“Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de…
El 29 de diciembre iniciaremos el Año Jubilar 2025 en las diócesis del mundo, con…
Lo que empezó en los años 20 del siglo pasado como una causa homicida, al…
‘¡Viva Cristo Rey!’ Hagamos nuestra esta frase, no como grito de guerra, sino como expresión…
El Vaticano publicó la segunda edición del libro litúrgico que contiene las instrucciones relacionadas con…
Esta web usa cookies.