Consuelo Mendoza
Entre las muchas noticias importantes que se han generado en las últimas semanas, hubo una, que, aunque ya se esperaba, no dejó de sorprendernos y de paralizar al mundo: la muerte del Papa Francisco.
Ya hemos escuchado muchas voces de expertos en su pontificado, también de amigos y personas que tuvieron la dicha conocerle y nos han compartido anécdotas y relatos pocos conocidos.
Recién nombrado Papa, un amigo, sacerdote Jesuita sudamericano, quien tuvo amistad con el entonces Cardenal Bergoglio, me platicó sobre la austeridad en la que éste vivía, y también, que algunos de sus hermanos jesuitas, le pedían al Superior de la Orden, que le ordenara tirar sus viejos zapatos porque no eran “dignos” de un Cardenal.
Cuando lo vi en el féretro, con aquellos zapatos viejos con los que pidió ser sepultado, profundamente emocionada pensé en todo el recorrido que debieron hacer con el Papa, fueron sus inseparables compañeros de viaje, desde el paso firme hasta la pisada vacilante, pero siempre decidida a pesar del cansancio, con que visitó sesenta y seis países y realizó 47 viajes.
Los zapatos viejos que lo sostuvieron frente a reyes, presidentes, líderes políticos y religiosos, haciéndoles un llamado constante a la paz, a la solidaridad, al diálogo, al respeto y al amor, fueron los mismos que calzó para visitar a los presos, comer con los indigentes, visitar a los enfermos, escuchar a los migrantes y a los más necesitados, hablándoles de la misericordia, del perdón, de la esperanza y del gran amor de Dios.
Con esos mismos zapatos, maltratados, pero siempre impecables, gobernó a la Iglesia, la cimbró lo necesario para que todos, todos, tengamos en ella un refugio, una esperanza y la certeza de saber que Dios nos ama siempre; a pesar de nuestras debilidades y de nuestros errores, esperándonos como al hijo pródigo.
Su Santidad nos enseñó que, así como “el hábito no hace al monje”, los “zapatos rojos no hacen al Papa” El llegó a hacer una revolución que muchos no comprenden, pero que sin duda ha cambiado el rostro de la Iglesia y el corazón de quienes la formamos: la Revolución de la Ternura.
Gracias Francisco, porque transformaste y cimbraste, igual que a muchos, mi corazón. Gracias por tus zapatos viejos y lo que significan, gracias por preparar a tu sucesor, nuestro Papa León XIV como el mejor regalo que pudiste dejarnos.
Tus viejos zapatos cumplieron también su misión, acompañándote hasta el cielo.
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