Sin duda cualquier labor de protección a la naturaleza nos llena de optimismo, porque la vida misma produce alegría, despierta la esperanza y nos muestra la grandeza de la Creación: un botón que se convierte en flor, un capullo del que surge una mariposa, una mujer que aloja en su seno y da a luz un nuevo ser humano, nos hacen exclamar “¡Qué grandes son tus obras, Señor,
qué profundos tus designios!” (Salmo 91).
Sin embargo, vivimos inmersos en la cultura de la muerte, en un ambiente en que se difunde la violencia en todas sus manifestaciones, provocando emociones de rencor, enojo, venganza, impotencia, temor o hastío. La violencia ha permeado en la Familia, que, confundida y debilitada en sus valores, no está cumpliendo con su misión educadora y ha abierto las puertas a las ideologías violentas disfrazadas de “bien” y de “derechos humanos”. Las redes sociales y todos los medios de comunicación a través de influencers, líderes sociales, cantantes, han metido hasta la cocina de los hogares, desplazando a los padres de familia. Disfrazan sus verdaderas intenciones intentando justificar lo injustificable con un “toque de humanidad”.
Así el caso de una pequeña de la comunidad wixárika de Mezquitic Jalisco. Según informan los medios, la niña de apenas 12 años, fue abusada y embarazada por su padre. Después de más de siete meses de gestación, “unos familiares” la llevaron un hospital público de Guadalajara para que le practicaran el aborto que “ella solicitaba” y al cual tenía “derecho” por una disposición de la Suprema Corte de Justicia, que lo permite en cualquier etapa de gestación, en caso de violación.
En momento crucial en que se quiere despenalizar el aborto en Jalisco, surgen las voces de feministas e ideólogos indignados porque fue llevada a la ciudad de México para ser intervenida, en lugar de realizar el aborto en el hospital del estado; argumentando una “revictimización” de la menor. Para ellos, lo trascendente es el tiempo que esperaron los médicos para decidir el aborto y la petición de alguno de ellos para que escuchara el corazón de su hijo.
No sabemos más, ni parece interesar a los medios, sobre la vida de esta pequeñita, poco se habla del padre violador prófugo, y el castigo que merece, ni de la madre que consciente o inconsciente permitió el abuso. Poco se habla de la pobreza en que viven, de la víctima y de su futuro; de su familia y de sus hermanos que están en grave riesgo, quién la orientó para tomar una decisión de tal magnitud, ¿realmente a su corta edad sabe qué es un aborto?
Una niña que, como cualquier niño, hoy debiera estar feliz en la escuela con sus amigas, corriendo, saltando y jugando, confiando a los adultos su futuro; es hoy una pequeña que no encontró ni en su hogar ni en sus padres la seguridad y el amor tan necesarios para salir adelante en la vida. Es una niña cuya vida y tragedia había pasado imperceptible en el núcleo familiar, en su escuela y en su comunidad.
Es una niña víctima de su familia, de las leyes, de la pobreza y de la indiferencia de muchos, que a sus doce años fue orillada y utilizada para fines políticos e ideológicos. Es la madre de un bebé también víctima, asesinado cruelmente, al que no se le dio ningún derecho, ningún valor, ninguna oportunidad.
Es una niña-madre con sus pequeños pechos llenos de leche para el bebé ausente; con un vientre y un corazón llenos de heridas difíciles de sanar; con un futuro incierto y que después de su triste y efímera popularidad, regresará al olvido de una sociedad indiferente.
¡Cuánto podemos hacer los cristianos haciendo de nuestro día a día una alabanza a la vida y un servicio a nuestros semejantes, especialmente por los niños y niñas que no les permiten ser simplemente, niños y niñas! Todos estamos llamados a “ ahogar el mal en abundancia de bien”
“Custodiar el sacro tesoro de toda vida humana, desde la concepción hasta el final, es el mejor modo de prevenir cualquier forma de violencia” Papa Francisco.
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