Consuelo Mendoza
¿Qué podemos hacer?
Es innegable que estamos viviendo tiempos muy difíciles, no sólo en nuestro entorno, sino en el mundo entero. Hay guerras, conflictos internos, terrorismo, crimen organizado, fanatismos, que, en los diferentes continentes, provocan inestabilidad, migraciones, pobreza y muertes.
El cese a la violencia se ha convertido en moneda de cambio y en carnada de quienes tienen el poder, pretendiendo imponer sus intereses e ideologías por encima del bien común, ofreciendo una supuesta “paz” que esclaviza y somete. Mientras tanto, cada vez son más las víctimas de los ataques armados como en Gaza; o de las persecuciones, como en Siria o Myanmar, o del crimen organizado presente en países latinoamericanos y en una gran parte del territorio mexicano.
Cada día está más lleno de miedo e incertidumbre para las víctimas, y más vacío de compasión y sensibilidad para quienes nos hemos convertido en simples espectadores que frecuentemente preferimos vivir en la ignorancia, para no perder la tranquilidad y la serenidad de lo cotidiano, al fin y al cabo, “nada podemos hacer”.
Como cristianos no podemos permanecer ajenos al sufrimiento de nuestros semejantes y a las injusticias que viven, ni continuar con nuestras vidas solo “lamentando” lo que están padeciendo nuestros prójimos: las madres buscadoras, los migrantes, las víctimas de la violencia, de las revueltas y las guerras.
Nuestros Pastores constantemente levantan la voz, invitando, tanto a los gobernantes como a los ciudadanos, a ser constructores de paz; haciendo un llamado especial a la unidad y a la oración por el fin de la violencia y por todas sus víctimas.
El Papa León XIV, en su homilía a propósito de la lectura del Buen Samaritano, compara al hombre herido de la parábola, con los que hoy son «desposeídos, robados y saqueados, víctimas de sistemas políticos opresores, de una economía que les obliga a la pobreza, de la guerra que mata sus sueños y sus vidas»
¿Cómo podemos, desde nuestra realidad, convertirnos en samaritanos de éstos tiempos?
El mismo Papa nos da la respuesta: “la mirada hace la diferencia, porque expresa lo que tenemos en el corazón: se puede ver y pasar de largo, o bien ver y sentir compasión […] y hay un modo de ver, en cambio, con los ojos del corazón, con una mirada más profunda, con una empatía que nos hace entrar en la situación del otro, nos hace participar interiormente, nos toca, nos sacude, interroga nuestra vida y nuestra responsabilidad”.
Para ser constructores de paz, es necesario: acortar distantancias con la oración por nuestros hermanos que sufren, especialmente con el rezo del Santo Rosario; rezar por gobernantes y políticos para que propicien la paz; ver con el corazón y con una sonrisa al indigente, al migrante, al niño en situación de calle, ayudándolos más allá que con la moneda que nos sobra; evitar cualquier tipo de violencia en lo cotidiano; tener la convicción de que la paz se edifica en la familia y se transmite en nuestro entorno para beneficio de la sociedad; y siempre mantener el espíritu optimista que nace de la certeza del triunfo de Jesús.
«El mundo hoy necesita paz, nuestra sociedad necesita paz. Empecemos por casa para practicar estas cosas sencillas: mansedumbre, paciencia, humildad. Vamos adelante por este camino del siempre hacer la unidad, consolidar la unidad». Con el deseo de «que el Señor nos ayude en este camino». Papa Francisco.
*Los artículos de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.
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