Hace algunos meses, Leticia llegó a mi casa para trabajar en las labores del hogar. Es una mujer muy joven, con una gran necesidad económica para mantener a sus tres hijos pues su esposo no tiene un trabajo estable.
El día que la conocí me impactó su mirada transparente y también su sinceridad; me explicó sus limitaciones de horario de trabajo para poder atender a sus hijos, y al final, con cierta preocupación y mirando con insistencia la imagen de la Virgen que tengo en un nicho, me dijo: “necesito decirle que soy cristiana, no es algo que me guste platicar porque luego me regañan por haber cambiado de religión, pero creo que a usted sí se lo tengo que comentar antes que me contrate”
Poco a poco nos vamos conociendo y me cuenta su historia, la historia de una niña sin juguetes, sin escuela, sin cariño… que te estruja el corazón porque es la de una víctima más de las circunstancias en las que le tocó vivir, una historia que se repite en tantas mujeres, llena de maltrato, desamor y violencia, y que Lety se ha propuesto no se repita en sus dos hijas.
Abandonada por su mamá y luego por la mujer que la cuidó de niña; a los quince años se fue a vivir con un hombre alcohólico diez años mayor que ella que la golpeaba y amenazaba todo el tiempo. “Yo no me daba cuenta de tanto abuso, hasta creía que lo merecía porque eso decía mi suegra” me dijo.
¿Por qué te hiciste cristiana? le pregunté, y ella me respondió: “porque ellos fueron los únicos que se acercaron y me dieron la mano cuando me sentía perdida. Con ellos descubrí que Dios me ama, que soy una mujer bonita inteligente y capaz de salir adelante, supe que podía vivir diferente. Nos dieron terapia y después de 12 años de vivir juntos nos casamos; mi esposo no ha vuelto a beber y me trata con respeto”.
Sus palabras, sin que ella lo supiera, fueron como una bofetada y me llenaron de vergüenza ¿cuántas mujeres han pasado por mi vida que, como Lety, necesitaban una mano amiga? Seguramente muchas y fueron invisibles a mi mirada y quizá también a la mirada de quienes somos parte de la Iglesia.
Nos preocupamos por el avance de las sectas que han hecho abandonar nuestra fe a tantos católicos, pero olvidamos las obras de misericordia y que “El Evangelio nos llama a hacernos “prójimos” de los pobres y los abandonados, para ofrecerles una esperanza concreta” como nos dice el Papa Francisco.
La Virgen, que tocó alguna fibra del corazón de Leticia al verla en mi casa, podrá algún día llenarla del amor, la ternura y el cobijo que no tuvo de su madre, y le enseñará el camino de regreso a casa, rogando a Dios podamos dar en casa testimonio de verdaderos católicos.
“Señor, ¿cuándo te vimos con abre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?” y él replicará: “Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo” Mateo 25.
*Los artículos de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.
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