Consuelo Mendoza
Rosita y Juan no se conocen, cada uno vive realidades muy diferentes, sus caminos seguramente nunca se cruzarán, pero los dos tienen en común el sufrimiento y el dolor de una enfermedad que se presentó en sus vidas inexorablemente, y una gran fe que les permite abandonarse a Dios con la confianza de saber que en sus manos está su vida y su futuro.
Rosita es una ancianita que desde hace varios años padece una enfermedad dolorosa y terminal; aun así, necesita trabajar como “cerillito” para poder mantenerse. Ha sido una víctima más del desabasto de las medicinas para el cáncer, lo que le hace pasar algunas veces, dolores intensos mientras logra conseguirlas. A pesar de esto y su gran dificultad para caminar; además de los domingos, asiste a misa todos los jueves Eucarísticos. Cansada de tantos años de sufrimiento, me confió que iba a la iglesia a preguntarle a Dios: “¿cuánto tiempo más necesito vivir Señor, para ganarme el cielo?”.
Juan es un joven que se pueden definir como “hombre exitoso”. Tuvo la fortuna de nacer en una familia profundamente católica, unida y numerosa; tener su propia familia con tres pequeños hijos, y un excelente trabajo en donde puede hacer el bien a los demás. Sin mayor aviso el dolor tocó a su puerta: un agresivo cáncer al que logró vencer el año pasado ha regresado; con gran entereza, voluntad y esperanza, sigue en esta lucha por su salud a través de los tratamientos médicos indicados diciendo: “me abandono a Dios y le pido poder ser dócil a su voluntad”.
El sufrimiento, ya sea físico o espiritual, es una realidad que se hace presente en nuestras vidas en el momento y de la manera más inesperada, recordándonos nuestra fragilidad y nuestra necesidad de Dios. El dolor ofrecido por amor a una persona, o a una comunidad le da un sentido trascendente, unir nuestro sufrimiento al de Cristo por la humanidad, derrama tanto bien que llega a horizontes insospechados y nos hará alcanzar el cielo.
Los sufrimientos de Rosita y Juan van dando grandes frutos no solo con familiares y cercanos, sino con todos aquellos que hemos tenido el privilegio de conocerlos y a la distancia acompañarlos con nuestras oraciones, aprendiendo de su testimonio, fortaleza e inquebrantable fe. Oremos por ellos, porque su vida entera es una constante oración por nosotros que somos iglesia.
Consuelo Mendoza
cons.mendoza.g@gmail.cóm
Twitter @ConsueloMdza
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