Septiembre, el mes de la patria, se va dejándonos un sabor agridulce, de nostalgia, de sentimientos encontrados y ambivalentes, como cuando quieres festejar con amor, orgullo y alegría un año más de vida de alguien que está ensangrentado, maltrecho y con un futuro incierto porque no somos eficientes ni suficientes para limpiar sus llagas y curar sus heridas
¿Cómo salir a las calles a festejar su independencia cuando a los mexicanos nos han vuelto a esclavizar? Las familias vivimos con miedo, con incertidumbre, con carencias, y en esta neblina que mantiene envuelta a nuestra nación, no alcanzamos a vislumbrar la luz de la esperanza.
¿Cómo festejar la libertad cuando hay tantas madres buscando a sus hijos desaparecidos en las fosas; cuando el crimen organizado se apodera de pueblos y personas y asesina o “levanta” a hombres y mujeres; cuando vives con temor de ser víctima de la delincuencia, cuando tus hijos no disfrutan un ambiente de seguridad ni en la escuela, ni en la calle, ni en los lugares que frecuentan?
¿Cómo festejar el honor de ser mexicanos cuando nuestro propio gobierno declara como un derecho de la mujer el asesinato de los “mexicanitos” aún no nacidos; cuando ofrece a los niños y jóvenes, futuro de nuestra patria, una educación sesgada, ideologizada y deficiente; cuando pequeños y adultos mueren por no recibir los medicamentos necesarios; cuando el Congreso de la Unión se ha convertido en un circo y un botín de poder político y no en un generador de bien común?
México está herido en su esencia, la familia; también enferma e infectada por la violencia que inicia en los hogares, por las ideologías que la atacan, en especial a la mujer, haciéndonos creer que el hogar y la maternidad son lastres y no incentivo para el desarrollo profesional, para la realización personal, el éxito y la felicidad.
Con todo el dolor y amargura que la realidad provoca, desde los más profundo del corazón surge también ese dulce sentimiento de orgullo por ser mexicano; “canta y no llores” nos dice la canción… ¡y cantamos, y festejamos y ponemos banderas de México en nuestros edificios, casas y autos nos reunimos a comer pozole, compartimos videos de nuestra cultura!, porque ser mexicano es un honor, así nos lo hizo saber la Virgen al quedarse para siempre con nosotros en el ayate de Juan Diego, trayendo con Ella la paz y la unidad.
Ni el peor de los escenarios que hoy vivimos ha logrado arrancar la fe que es parte de nuestra identidad; basta visitar la Basílica de Guadalupe, la de Zapopan, la de San Juan de los Lagos entre muchas otras, para ser testigos de la esperanza de miles de mexicanos y confirmar que el corazón de nuestra patria sigue latiendo, pero requiere de nuestra acción y compromiso para sanar sus heridas.
Como lo hicieron los primeros misioneros, cada católico debe ser agente de paz y de unidad para reconstruir desde los cimientos, al México que todos anhelamos, en la búsqueda del Bien Común para procurar el Reinado de Cristo.
El esfuerzo de la Conferencia del Episcopado Mexicano para dar inicio a un Acuerdo Ciudadano por la paz en México, es un paso esencial y un llamado al que no podemos permanecer indiferentes, porque la esperanza está en ti, está en mí, y en cada uno de los mirando al cielo y pidiendo su ayuda, trabajamos porque creemos y amamos a México.
*Los artículos de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.
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