Consuelo Mendoza
Aunque para los mexicanos los hechos violentos se han convertido, tristemente, en noticias cotidianas, en febrero, dos sucesos nos estremecieron y provocaron una gran reacción en las redes sociales.
El primer caso se trata de una influencer, menor de edad y madre de una bebé, que ataca y hiere de gravedad, a la novia del padre de su hija. El segundo: un video en el que se capta a un jovencito, de 18 años literalmente tirando en la calle, dentro de una bolsa de plástico, a un bebé recién nacido. Poco después se publicaron las capturas de pantalla de la conversación por WhatsApp con su pareja, poniéndose de acuerdo para deshacerse de su hijo con frases como: “Luc, se mueve, literalmente esto se mueve”. “tenemos que tirar eso”, “tíralo en algún canal”.
No, no se trata de los frecuentes enfrentamientos y asesinatos con decenas de víctimas; pero son hechos trágicos y alarmantes que impactaron la opinión pública, se difundieron en medios de comunicación nacionales e internacionales y han provocado temas polémicos en las redes sociales, como son: la maternidad, el aborto (como solución), la educación sexual, y el castigo severo para los victimarios.
Lo cierto es que, estos acontecimientos: dos historias distintas, en estratos sociales diferentes, nos confrontan con la realidad, exponiendo el relativismo en el ambiente, la ignorancia y la indiferencia comodina y egoísta en la que vivimos, la descomposición social, origen mismo de la brutalidad que nos rodea y amenaza, porque, la violencia que se vive en las calles inició en una casa.
Lejos de pretender convertirnos en jueces espectadores de los victimarios, podemos como cristianos, responder a la urgente necesidad de iniciar la reconstrucción del tejido social iniciando desde nuestra familia, primera y principal educadora de la persona, y también con las familias de nuestro entorno.
Es en la intimidad del hogar en donde cada hijo se percibe como un bien, y conoce el valor de la vida. El respeto, la generosidad, la responsabilidad, la justicia, y demás valores necesarios para vivir en sociedad, se asimilan en el seno de la familia, En ella los padres enseñan a los hijos a distinguir el bien del mal, formando su consciencia; es ahí donde se conoce y vive el amor que busca siempre el bien del otro, pero, sobre todo, es donde se prepara a la persona para vivir la libertad responsablemente.
No podemos quedarnos con solo el recuerdo de unas noticias lamentables o dando opiniones ligeras; todos somos un poco responsables, algo estamos dejando de hacer o haciendo mal, porque como cristianos, no podemos permanecer indiferentes a las necesidades de las familias para que tengan las herramientas necesarias para la educación de sus hijos, futuros ciudadanos.
La lección que nos ha dado la abuela paterna del bebé que sobrevivió a las pretensiones de sus padres, ha sido ejemplar: entregar a su hijo a las autoridades y desear que cumpla su condena, es la manifestación del amor que ve más allá del castigo, la oportunidad para que su hijo asuma la responsabilidad de sus actos y encuentre una nueva oportunidad y un mejor camino.
En este año jubilar, podemos construir caminos de esperanza para las familias, viviendo las bienaventuranzas y “ahogando el mal en abundancia de bien”.
*Los artículos de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.
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