Consuelo Mendoza
Murió Rosita, ya te he platicado de ella: la ancianita bonita, cerillito en la tienda de la colonia, que para subsistir también vendía gelatinas y buñuelos. La mujer que durante largos años padeció un cáncer que a veces la hacía parar, pero nunca la derrumbó.
Su vieja silla de ruedas le funcionaba también como andadera para apoyarse y caminar largas calles hacia la parroquia, y asistir todos los jueves, a la Eucaristía y la adoración al Santísimo.
¡Era tan fácil quererla! con ese rostro de bondad, siempre con una sonrisa que alegraba el alma y llenaba de paz, siempre extendiendo la mano para darnos mucho más que lo que le podíamos ofrecer: la certeza de que oraba por nosotros y por todas nuestras necesidades.
No encontrarla en la Iglesia fue motivo de extrañeza, y dejar de ver la destartalada silla afuera de la tienda, fue signo de preocupación… su adolorido cuerpo le dio por fin la respuesta a la pregunta que constantemente Rosita hacía a Dios: “¿cuánto más Señor necesito sufrir para ganarme el cielo?”
Durante varios años tuve el privilegio de encontrarla en el camino, de saber de su enfermedad, de escuchar siempre sus palabras optimistas y llenas de Dios a pesar de tantas limitaciones; de ser testigo de la ternura que despertaba en tantas personas a su alrededor.
Solo algunos vecinos pudimos asistir a la Misa en la que sus familiares, (que no conocíamos) la despidieron. Pero su ausencia se hace evidente en nuestra parroquia, y duele y llena de alegría, cada jueves en la Eucaristía, sabiendo que ya se encuentra en el cielo que tanto añoraba.
Sin duda, Dios se desliza en nuestro día a día, a través de un acontecimiento, o de una persona. “El dolor pide ser acariciado” nos dice el Papa Francisco. Prestar atención a los ancianos, a los migrantes, a los indigentes, es brindarles una caricia de amor que les hará un mayor y les puede dar más esperanza que unas monedas.
“Rosita” puede también estar dentro de nuestra familia. Hay que voltear la mirada a los nuestros; a los abuelos, tíos y parientes que muchas veces sufren el olvido y la ingratitud de los cercanos y viven una terrible soledad.
“En la vejez no me abandones” Salmo 71
Lee la historia de Rosita en: Cuando el dolor toca la puerta
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