Cultura de vida

Maternidad, una vocación para llegar al cielo

Un nuevo ciclo escolar comenzó, y de vuelta a mirar el reloj para despertarse a tiempo y estar listos para salir de casa. Preparar mochilas, uniformes, desayunos y cómo olvidar el lunch. Existen sentimientos encontrados:  alegría por las oportunidades de aprendizaje que nos esperan, temor por lo nuevo e inesperado que se pudiera presentar, tristeza por aquello que quedó atrás y quisiéramos que volviera y tal vez desagrado generado por las prisas y el tráfico que atormentan a esta ciudad.

El otro día platicando con unas amigas sobre la primera semana de regreso a clases descubrí que para algunas fue muy tranquila y alegre, mientras que para otras fue toda una pesadilla ya sea por el tráfico, o por tener que salir del trabajo corriendo para llegar a tiempo a recoger a los niños, o porque su pequeño se quedó llorando en la puerta del kínder.

La mayoría de ellas expresaba que en varias ocasiones se ha sentido estresada, agobiada, desanimada y hasta sobre exigida en esta vocación llamada maternidad. Y es que pienso que muchas veces nos dejamos influir tanto por los estereotipos absurdos sobre lo que debe ser una “buena mamá” que nos la pasamos luchando con nosotras mismas para probar que realmente lo somos. No se trata de una prueba de resistencia ni de competencia, sino de un camino de vida que nos pueda llevar a la santidad.

El domingo pasado en el Evangelio de San Lucas, Jesús nos recuerda que el que no carga con su cruz y lo sigue, no puede ser su discípulo y es que muchas veces olvidamos que es a través de esas renuncias que hacemos por los que más amamos, de esas “cruces” cotidianas de los sacrificios que como mamás realizamos es que somos verdaderos discípulos de Jesús, mostrándolo a los demás mediante nuestro servicio, pues todo aquello que hace una mamá en casa y fuera de ella es una forma de entregar lo que es para los demás.

La maternidad es una vocación, y como cualquier otra, implica entrega y donación, pues como decía San Juan Pablo II, somos regalos que necesitan darse a los otros y es ahí donde nos encontraremos a nosotros mismos.  De eso se trata el matrimonio y la maternidad, de ser capaces de decir Sí a aquellos a los que decidimos amar un día, de decidir cada día y varias veces al día Sí, a pesar del estrés, del agobio, del desánimo, del cansancio, pues a pesar de ello en esa entrega es donde encontramos nuestra identidad, nuestro camino y la verdadera felicidad.

Sé que el camino no es sencillo, cuesta mucho trabajo, y en momentos parece imposible continuar, pues hacer lo correcto, mantenerse fieles a nuestras promesas cuesta, pero es ahí cuando debemos recordar que no estamos solos y que se vale caer y pedir ayuda para volverse a levantar. Dejarnos amar en nuestra debilidad. Y para cuando la cruz se sienta demasiado pesada para cargar, aquí dejo unas sugerencias que pueden ser de utilidad:

  • Recurre a Dios y a la Virgen por medio de la oración, escápate un ratito para estar frente al Santísimo y pedirle su fortaleza y guía en tu vocación.
  • Aprende a pedir ayuda y déjate ayudar.
  • Recuerda que no porque puedas hacer muchas cosas quiere decir que debes hacerlas todas tú solo.
  • La forma más básica de amor es poner atención, escucha atentamente tu corazón y el corazón de tu familia.
  • A pesar de las “cruces” y dificultades siempre hay algo porque dar gracias, no dejes de ser agradecido.
  • Establece prioridades sobre lo que realmente necesita tu familia, busca lo esencial.
  • La comparación con otras personas no ayuda, recuerda que nadie hará las cosas igual que tú.
  • Establece límites.
  • Platica con personas que te escuchen, te comprendan, pero sobre todo te ayuden a ser mejor.
  • Nunca olvides que eres muy amado por Dios.

*Los artículos de la sección de opinión son responsabilidad de sus autores.

 

Raquel Zermeño Ferrer

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