En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce, los envió de dos en dos y les dio poder sobre los espíritus inmundos. Les mandó que no llevaran nada para el camino: ni pan, ni mochila, ni dinero en el cinto, sino únicamente un bastón, sandalias y una sola túnica. Y les dijo: “Cuando entren en una casa, quédense en ella hasta que se vayan de ese lugar. Si en alguna parte no los reciben ni los escuchan, al abandonar ese lugar, sacúdanse el polvo de los pies, como una advertencia para ellos”. Los discípulos se fueron a predicar la conversión. Expulsaban a los demonios, ungían con aceite a los enfermos y los curaban”.
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La lectura que escuchamos este día proviene de la etapa del ministerio de Nuestro Señor en Galilea. Después de haber predicado y realizado signos de la presencia del Reino de Dios en varios lugares, y por un buen tiempo, Jesús envió a los discípulos delante de Él a realizar los mismos signos y a predicar la misma buena noticia. Dicho envío, es solamente la antesala del gran y definitivo envío que se realizaría después de la Muerte y Resurrección del Señor.
Uno de los signos de la presencia del Reino de Dios es la expulsión de los demonios. En tiempos de Nuestro Señor, contrario a los que algunos exégetas afirmaron en tiempos pasados, sí se distinguía entre enfermedades mentales y posesiones diabólicas.
Probablemente, como también sucede en el presente, algunas enfermedades mentales podían confundirse con posesiones. Jesús expulsó demonios, es decir, realizó exorcismos. Y los discípulos, según nos narra este mismo Evangelio, también lo hicieron más adelante (Cfr. Mc 6,13).
San Pablo nos reporta en su Primera Carta a los Corintios (1Co 12,7-10.28-30) que existían diversos carismas y diversa gradación de ministerios. El ser exorcista fue considerado por largo tiempo en la Iglesia como un ministerio que ejercían los clérigos en proceso de formación para el sacerdocio. Lo que queda claro desde el texto que leemos hoy, así como por lo que nos dicen san Pablo y la tradición de la Iglesia, es que quien practica un exorcismo debe ser enviado y capacitado por Dios.
Algo que sucede muy a menudo es que las personas afirmen que un familiar o conocido está poseído, debido a que tiene trastornos similares ‘a los que aparecen en las películas’. Esto es muy triste y suele llenar de confusiones a nuestra sociedad. Por ese motivo, los obispos, quienes hacen las veces de Nuestro Señor en la Iglesia, envían a sacerdotes especialmente capacitados -y apoyados por especialistas en ciencias médicas-, para discernir correctamente los casos que requieren exorcismo.
Para concluir, si una persona bautizada, es decir consagrada por Dios como posesión suya, suele orar cada día el Padre Nuestro no tiene por qué temer ningún tipo de posesión diabólica. La confrontación entre el Bien y el mal es totalmente desproporcionada a favor de Dios que es el único infinito, no creer esto más bien revelaría nuestra poca práctica religiosa. En el Padre Nuestro siempre concluimos con esta frase: “líbranos del mal”, y Dios es suficientemente poderoso para cumplirlo.
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