En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó del Jordán y conducido por el mismo Espíritu, se internó en el desierto, donde permaneció durante cuarenta días y fue tentado por el demonio.
No comió nada en aquellos días, y cuando se completaron, sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: “Si eres el Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan”. Jesús le contestó: “Está escrito: No sólo de pan vive el hombre”.
Después lo llevó el diablo a un monte elevado y en un instante le hizo ver todos los reinos de la tierra y le dijo: “A mí me ha sido entregado todo el poder y la gloria de estos reinos, y yo los doy a quien quiero. Todo esto será tuyo, si te arrodillas y me adoras”. Jesús le respondió: “Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él sólo servirás”… (Lc. 4, 1-13)
Hoy es el primer domingo de tiempo de Cuaresma y leemos las tentaciones de Jesús en el desierto. Por este motivo, resulta interesante detenernos a pensar qué significa que Jesús fuera llevado al desierto por el Espíritu.
El desierto en el Antiguo Testamento es un sitio de gran significado desde el momento en que el pueblo de Israel una vez escapado de Egipto transitó por él hacia el Sinaí, allí pactó una Alianza con Dios y caminó por cuarenta años hasta entrar a la tierra prometida.
El desierto es el camino de la libertad (Ex. 16,1) después de haber sido esclavos en Egipto. El desierto, además, es el lugar de las carencias: agua (Ex 15,22-27), comida (Ex 16,2-36) y de los enemigos que hacen guerra contra ellos (Ex 17,8-16).
El desierto también se convierte en el tiempo del aprendizaje para ser fieles a Dios por medio de la Alianza pactada en el Sinaí (Ex 33,12.17).
A través del profeta Oseas, Dios dice al pueblo que para restaurar la relación de Alianza habrá de llevarlo de nuevo al desierto para que rechace a sus “amantes”, es decir, los ídolos, y aprenda a ser totalmente fiel a Dios (Os 2,16-22).
Con todo este antecedente ahora podemos comprender que el primer paso dentro del ministerio de Jesús no sea una acción pública, sino una acción en el desierto. Jesús inmediatamente después de haber sido bautizado en el Jordán fue ungido con el Espíritu Santo que descendió sobre él en forma de paloma (cfr. Lc 3,22).
Esta presencia es la que lo inspirará no solamente en su partida al desierto, sino también en todo su quehacer mesiánico como se lo explicó a sus paisanos en Nazareth (Lc 4,16-30).
Pero el uso de este pasaje en el primer domingo de Cuaresma nos llama a considerar que la lucha por permanecer fieles a Dios cuenta con el ejemplo y asistencia de nuestro Señor, el cual venció las tentaciones usando correctamente los recursos que el mismo Dios había puesto a mano a través de la Sagrada Escritura.
Acercarnos más al conocimiento y uso de la Sagrada Escritura durante esta cuaresma nos puede capacitar para hacer frente a nuestros malos hábitos y pecados.
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