En aquel tiempo, Jesús propuso esta otra parábola a la muchedumbre: “El Reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras los trabajadores dormían, llegó un enemigo del dueño, sembró cizaña entre el trigo y se marchó. Cuando crecieron las plantas y se empezaba a formar la espiga, apareció también la cizaña.
Entonces los trabajadores fueron a decirle al amo: ‘Señor, ¿qué no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde, pues, salió esta cizaña?’ El amo les respondió: ‘De seguro lo hizo un enemigo mío’. Ellos le dijeron: ‘¿Quieres que vayamos a arrancarla?’ Pero él les contestó: ‘No. No sea que, al arrancar la cizaña, arranquen también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta el tiempo de la cosecha y, cuando llegue la cosecha, diré a los segadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en gavillas para quemarla; y luego almacenen el trigo en mi granero’”.
El Evangelio de este domingo continúa con el discurso en parábola de nuestro Señor Jesucristo sobre el Reino de los Cielos. El lenguaje de parábolas es una forma de enseñar que tiene sus limitaciones, la más importante es que alguna comparación sea malinterpretada por los oyentes.
El Evangelio nos dice que Jesús gustaba de hablar en parábolas. En varias ocasiones se explica el motivo para que se cumplieran profecías del Antiguo Testamento (Is 6,9-10): “para que viendo no vean y oyendo no escuchen”, haciendo referencia a la falta de conversión de los humanos, frente a la Palabra de Dios.
Otra razón por la que el Señor pudo escoger las parábolas, era para explicar por medio de imágenes concretas, conceptos abstractos o realidades espirituales. Hablar del Reino de los Cielos es algo abstracto y espiritual con repercusiones muy físicas.
Ahora bien, Jesús explicaba el sentido correcto de sus parábolas a los discípulos para garantizar la correcta interpretación de ellas, así que tampoco era su finalidad que el sentido permaneciera totalmente cerrado o desconocido.
Por otra parte, la parábola de la Buena Semilla y la Cizaña no pretende reflejar una voluntad divina normativa, como si fuera parte del plan de Dios que en el mundo se mezclaran el bien y el mal.
La misma parábola nos lleva a suponer que la realidad es así porque ésta fue la decisión del maligno y de sus partidarios. Así pues, la conjunción del bien y del mal siguen la lógica de la decisión perversa de los malos.
De todas formas, Dios nunca corre el riesgo de arrancar a los buenos junto con los malos. Hay un tiempo previsto para la cosecha, el momento del juicio final, hasta entonces todos tendrán oportunidad de definir sus propias opciones ante la vida.
Por último, si miramos el conjunto de parábolas del Reino podemos ver la gran coherencia del Señor en su discurso. El bien proviene de Dios, el Reino de Dios es la consecución de este bien previsto por Él para toda la creación y para la humanidad.
Esto se dará de forma definitiva al final de los tiempos, pero en el presente parece pequeño, incapaz de mayores cosas. Los hombres son capaces de aceptar este Reino de Dios y con ello obtener la vida eterna.
Si miramos el conjunto de parábolas del Reino podemos ver la gran coherencia del Señor en su discurso.
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