En aquel tiempo, inmediatamente después de la multiplicación de los panes, Jesús hizo que sus discípulos subieran a la barca y se dirigieran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedirla, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba él solo allí.
Entretanto, la barca iba ya muy lejos de la costa, y las olas la sacudían, porque el viento era contrario. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el agua. Los discípulos, al verlo andar sobre el agua, se espantaron, y decían: “¡Es un fantasma!” Y daban gritos de terror. Pero Jesús les dijo enseguida: “Tranquilícense y no teman. Soy yo”.
Entonces le dijo Pedro: “Señor, si eres tú, mándame ir a ti caminando sobre el agua”. Jesús le contestó: “Ven”. Pedro bajó de la barca y comenzó a caminar sobre el agua hacia Jesús; pero al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, comenzó a hundirse y gritó: “¡Sálvame, Señor!” Inmediatamente Jesús le tendió la mano, lo sostuvo y le dijo: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”
En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en la barca se postraron ante Jesús diciendo: “Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios”.
El relato que nos ocupa este domingo se encuentra en una sección en la cual el evangelista san Mateo nos da unas muestras de cómo el Reino de Dios se hacía presente en la comunidad.
Leer: ¿Qué pretendía Jesús al multiplicar el pan y los peces?
Siguiendo el antecedente religioso del Éxodo, tiempo en que Dios sacó a su pueblo de la esclavitud de Egipto y lo condujo por el desierto hacia la tierra prometida, san Mateo nos muestra cómo Nuestro Señor Jesucristo es un nuevo Moisés, o más bien dicho es el Moisés definitivo.
Los eventos más importantes de la etapa del Éxodo fueron: las diez plagas con que Dios castigó al faraón (Ex 7,8-12,34), el paso del Mar Rojo caminando sobre terreno seco (Ex 14,15-31), comida (maná) y bebida (agua de la roca) proporcionados por Dios durante cuarenta años (Ex 16,1-17,7), la Alianza en el Sinaí (Ex 19,1-20,21), el don de la Ley (Ex 31,18-32,35).
El día de hoy, al hablarnos de Jesús caminando sobre las aguas, tenemos una referencia clara al paso del Mar Rojo sobre terreno seco. Ciertamente el relato nos habla de que Jesús caminó por encima de las aguas y además era capaz de hacer que cualquiera que tuviera suficiente fe también pudiera caminar sobre ellas
Esto tiene un valor simbólico. Las aguas de los mares representan lo inestable, lo peligroso y caótico en oposición a la tierra firme que es el hogar de los humanos y que también representa el ámbito del bien y de Dios. En las descripciones del Apocalipsis, los vencedores están más allá de un mar de cristal y fuego (Ap 15,1-3), signo de que lo inestable ha sido dominado.
La ciudad santa, la Nueva Jerusalén, está sobre doce cimientos (Ap 21,14), por tanto, no tiene nada que ver con la inestabilidad de las aguas. En el pasaje que reflexionamos el día de hoy, las aguas, también juegan un papel de oposición a la barca de los discípulos. Ahora bien, los grandes eventos del Éxodo retomados en el evangelio de san Mateo tienen el mismo valor de manifestaciones de la presencia poderosa de Dios con los suyos. Así como el pueblo habiendo cruzado el mar vio el poder de Dios y quedó muy impresionado (Ex 14,31), así los discípulos quedaron impresionados ante los hechos de verlo caminar sobre las aguas y que éste salvara a Pedro, entonces reconocen la presencia de Dios en Jesús. La forma típica de este reconocimiento en la comunidad cristiana es decirle: “verdaderamente eres el Hijo de Dios”.
*Nota del editor: Mons. Salvador Martínez Ávila es rector de la Insigne y Nacional Basílica de Guadalupe.
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