En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos fariseos y le preguntaron, para ponerlo a prueba: “¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su esposa?”
Él les respondió: “¿Qué les prescribió Moisés?” Ellos contestaron: “Moisés nos permitió el divorcio mediante la entrega de un acta de divorcio a la esposa”. Jesús les dijo: “Moisés prescribió esto, debido a la dureza del corazón de ustedes. Pero desde el principio, al crearlos, Dios los hizo hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su esposa y serán los dos una sola cosa. De modo que ya no son dos, sino una sola cosa. Por eso, lo que Dios unió, que no lo separe el hombre”.
Ya en casa, los discípulos le volvieron a preguntar sobre el asunto. Jesús les dijo: “Si uno se divorcia de su esposa y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio”. (Mc 10, 2-12)
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Ciertamente en el Evangelio del día de hoy se plantea un problema serio y muy actual. Jesús declara que la Ley de Moisés condescendió al divorcio porque el pueblo de Dios tenía un corazón muy duro, una incapacidad de comprender el sentido del plan de Dios. Bajo esta perspectiva, la dureza, la incapacidad no proviene de Dios sino de la humanidad que se encuentra en circunstancias de pecado. El proyecto de Dios es que un hombre y una mujer se unan y formen una sola carne. Esta es la característica del Matrimonio conocida como unidad.
Si nos fijamos bien en el discurso de nuestro Señor Jesucristo, Él enuncia el plan original, la unidad permanente, estable, entre un hombre y una mujer. Pero, en su enseñanza, introduce un nuevo elemento sobre el cual no transige, esto es que la persona pretenda iniciar un proceso de unidad con otra pareja, a esto llama sin ambages: adulterio.
Visto en el contexto, el adulterio, sería un acto de injusticia en contra de la primera pareja, la cual ha sido despedida. En el texto del Antiguo Testamento que habla sobre el divorcio (Dt 24,1-3) la única precisión que se hace es que, si la mujer despedida tomara un segundo marido y éste la repudiara o muriera, ella no podría regresar al primer marido pues sería una abominación.
El Deuteronomio no enuncia el derecho, de quien despidió a la primera mujer, de tomar una segunda. Solo menciona a la que ha sido repudiada. La condescendencia de Dios, que Jesús aplicó a lo largo de su vida pública no se refiere a los principios. Lo que Dios planeó desde el principio es universalmente válido, y es Dios mismo quien garantiza la posibilidad de su cumplimiento. Jesús declaró: “lo que para los hombres es imposible, para Dios es posible” (Lc 18,27). Cuando Jesús dijo, “sean perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” lo dijo en serio y, en ningún pasaje o discurso, le escuchamos contradecir estas cosas.
Sin embargo, ante una mujer sorprendida en adulterio, Él no aconsejó que la lapidaran, sin más, al contrario, dijo, “aquel que esté libre de pecado que arroje la primera piedra” (Jn 8,1-11) Después de unos minutos nadie la había lapidado ni condenado, entonces Jesús, haciendo uso de su condescendencia misericordiosa, le dijo “yo tampoco te condeno, vete en paz y no vuelvas a pecar”.
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