En aquel tiempo, cuando Jesús iba de camino a Jerusalén, pasó entre Samaria y Galilea. Estaba cerca de un pueblo cuando le salieron al encuentro diez leprosos, los cuales se detuvieron a lo lejos y a gritos le decían: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”.
Al verlos, Jesús les dijo: “Vayan a presentarse a los sacerdotes”. Mientras iban de camino, quedaron limpios de la lepra.
Uno de ellos, al ver que estaba curado, regresó, alabando a Dios en voz alta, se postró a los pies de Jesús y le dio las gracias. Ese era un samaritano. Entonces dijo Jesús: “¿No eran diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?” Después le dijo al samaritano: “Levántate y vete. Tu fe te ha salvado”.
¿Por qué Jesús nunca se encontró con un leproso en su casa? ¿por qué los envió de inmediato con un sacerdote?
El relato que encontramos este domingo nos informa sobre la curación de diez leprosos y la consiguiente acción de gracias que solamente uno de ellos hizo a Jesús. La lepra en nuestros días es una enfermedad curable, aunque puede ocasionar grave discapacidad de no atenderse a tiempo, pero en aquellos tiempos era incurable y se le consideraba incontrolable.
Ya se tenía conocimiento de que no debía tenerse contacto físico con un enfermo pues había probabilidad de contagio, pero no era esa la principal razón que tenía el pueblo de Dios para evitar acercarse a ellos. La razón era la consideración de que Dios creó al hombre bien, sin que estuviera destinado a morir (cfr. Gn 2,16-17), sin embargo, por la caída del ser humano en pecado vino la muerte, y como proceso de muerte, la enfermedad (Gn 3,19).
Para la comunidad judía de esa época, en primer lugar, los leprosos debían ser declarados impuros por el sacerdote, quien en este caso fungía como única autoridad para determinar la presencia de la enfermedad (crf. Dt 24,8-9; Nm12,10-15; Lv 13,45-46); además de la declaración de impureza (enfermedad), a los leprosos se les enviaba fuera de las poblaciones, debían andar con los vestidos rasgados, despeinados, en suma, que se notara que no debían acercarse a ellos.
Por este motivo comprendemos que Jesús se encontrara con ellos fuera de las ciudades, por los caminos. También tocaba a los sacerdotes certificar la eventual sanación de un enfermo de lepra (Lv 14,1-9). En el caso de los diez leprosos, ya es admirable el hecho de que le salieran al encuentro a Jesús, ya es de por sí un acto de fe. Pero el Señor exigió un segundo acto enviándolos directamente con el sacerdote.
Normalmente una persona primero vería que su cuerpo queda limpio de la enfermedad y solo entonces pensaría en ir con del sacerdote. Pero ellos comenzaron a caminar hacia los sacerdotes y en el camino quedaron limpios, nos dice el evangelista.
La conclusión del pasaje hace plenamente patente que la fe en Jesús ha sido la causa de salvación de aquel samaritano y que, el hecho de volver a dar gracias, era lo esperado de parte del Señor Jesús. La salud física, dentro de este contexto, no solamente provoca la reintegración social de los diez leprosos sino poniendo el acento en el samaritano, que era considerado por los judíos como un cismático religioso. Por tanto, esta salud también le otorga la reconciliación.
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