En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Yo les aseguro que a todo aquel que me reconozca abiertamente ante los hombres, lo reconocerá abiertamente el Hijo del hombre ante los ángeles de Dios; pero a aquel que me niegue ante los hombres, yo lo negaré ante los ángeles de Dios.
A todo aquel que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero a aquel que blasfeme contra el Espíritu Santo, no se le perdonará.
Cuando los lleven a las sinagogas y ante los jueces y autoridades, no se preocupen de cómo se van a defender o qué van a decir, porque el Espíritu Santo les enseñará en aquel momento lo que convenga decir’’.
En el evangelio de San Marcos desde el capítulo octavo que es el punto medio de la obra se han revelado dos cosas muy importantes. La primera de ellas es que Jesús era el mesías, para los discípulos del Señor y la mayoría de los judíos de la época que alguien fuera el mesías implicaba pensamientos políticos, sociales y religiosos.
Se pensaba en la intervención de Dios en este mundo de una manera, podríamos decir, excesivamente mundana. Destronar a los poderosos, castigar a los malos sacerdotes y dirigentes religiosos y, por supuesto, acabar con el domino de los romanos.
Esto se vio desdicho rotundamente porque Jesús les pidió que callaran que él era el mesías, pero principalmente porque anunció que él, el mesías, iría a Jerusalén donde sería traicionado, entregado a los paganos, habría de morir y resucitaría al tercer día.
En el mismo primer anuncio de su pasión Simón Pedro pretendió oponerse a semejante anuncio pero Jesús lo corrigió severamente diciéndole: “quitate de enfrente, Satanás, porque tu no piensas como Dios sino como los hombres”.
En el pasaje que leemos hoy están presentes ambas realidades, por parte de Santiago y Juan la perspectiva de un mesías guerrero que establecería un reino mundano, por lo tanto quienes se sientan a derecha e izquierda del rey son los más importantes colaboradores y de mayor dignidad en la corte.
Por el contrario, Jesús responde desde la óptica del verdadero mesianismo: “yo he venido a servir y no a ser servido y a dar mi vida en favor de todos”. Se nos hace evidente que quebrantar la mentalidad mundana de los discípulos no fue tarea fácil para el Señor.
Este pasaje que leemos hoy es la reacción directa al tercer anuncio de la pasión (Mc 10,32-34). Es un pasaje que quedó grabado en la primitiva comunidad cristiana y nos lo relata también San Mateo (20,20-28), los anhelos de gloria terrena deben ser superados por la actitud de servicio y entrega de uno mismo por amor a los demás y amor al Reino de los Cielos.
De otra forma el Señor nos podría decir: “¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo si se pierde a sí mismo?” “Quien quiera seguirme que se niegue a sí mismo y tome su cruz de cada día”.
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